CERRATO INSOLITO

VIÑEDOS Y BODEGAS

 

 
 
El Cerrato fue tierra de viñedos. Las riberas de los ríos que le atraviesan le hacían propicio para ello.
 
De hecho Castrillo de Don Juan era, a principios del siglo XX, la localidad que más viñedos tenía dentro de la Ribera del Duero, y en Cevico de la Torre se decía que a los forasteros les daban vino con más facilidad que agua, pues vino sobraba en la localidad y sin embargo de agua estaban escasos y tenían que traerlo de Cevico Navero.
 
Pero las plagas de filoxera y de mildiu lo diezmaron sobremanera, y la despoblación lo remató. La filoxera tuvo un doble efecto contradictorio. Primero, a finales del siglo XIX,  la plaga asoló Francia, lo que provocó que los viñedos en la península Ibérica se duplicaran ya que además de abastecer el mercado interior tenía que abastecer el mercado francés, que no podía obtener vino de sus viñedos. Pero poco después la filoxera también llegó a la península Ibérica, y supuso una primer diezma drástica de los viñedos.
 
En el siglo XX la industrialización provocó un gran éxodo rural de los pueblos a las ciudades, por lo que muchos viñedos fueron abandonados, aunque se conservan en el Cerrato buenos vinos incluidos en las denominaciones de origen de Arlanza, Ribera del Duero o Cigales.
 
¿HA ECHADO USTED EN SU LAGAR?
 
 
En la época de máximo esplendor casi todos los vecinos poseían viñedos, aunque no todos, ni mucho menos, disponían de un lagar propio en el que prensar la uva para obtener el mosto y elaborar el vino. Ello obligaba a que tras la vendimia tuvieran que llevar las uvas a un lagar ajeno, en el que se juntaban las uvas de todos para ser prensadas en común. El propietario del lagar apuntaba el número de cestos de uva que depositaba cada vecino, para prensarlas todas juntas y una vez convertido en vino repartirlo en la misma proporción, para que cada vecino se llevara lo que le correspondiera en cántaros o en pellicas.
 
Claro está que el buen funcionamiento de este método quedaba a expensas de la buena voluntad del dueño del lagar, pues si no era muy honesto se quedaba él con el primer mosto (que es el mejor), o incluso barría para casa al hacer el reparto, con desproporción del vino resultante respecto a la cantidad de uva echada por cada vecino.
 
Esto ha dado lugar a un dicho que revela la sagacidad de los cerrateños. Me lo trasmitió Elpidio Ruiz Herrero, de Alba de Cerrato, que por su profesión de sacerdote (ya jubilado) tuvo ocasión de escucharlo en varios pueblos. Cuando alguna persona hablaba a otra de un tercero en términos laudatorios y su interlocutor no estaba muy de acuerdo con las referidas bondades, en vez de contradecirlo hablando mal de ese tercero simplemente preguntaba: “¿Ha echado usted en su lagar?” Con esta simple pregunta se evitaba hablar mal de alguien pero sin renunciar a decir de forma indirecta y educada que quizás se esté alabando a una persona porque no se la ha tratado en situaciones más propicias para conocer realmente a las personas. Así, dicha frase viene a significar “¿le ha tratado usted?”. Si la respuesta es no, “espérese hasta tratarle a fondo”. Hasta que no se echa la uva en su lagar no se sabe si es buena persona o no.
 
La misma situación que con el lagar ocurría con los pastores. Cuando uno pastoreaba conjuntamente las ovejas suyas y las de otros vecinos, daba la casualidad de que los mejores lechazos eran de sus ovejas y no de las de los otros.
 
La sagacidad de los cerrateños queda también reflejada en otra anécdota, también relacionada con los viñedos y trasmitida así mismo por Elpidio Ruiz. Paseando por el campo, en Cevico de la Torre, se encontró con el señor Anselmo, y tuvo lugar el siguiente diálogo:
Elpidio. -“Buenas tardes, Anselmo, ¿qué hace por aquí?”.
Anselmo. -“Podando la viña, ¿y usted?”.
Elpidio. -“Buscando retoños de romero para plantarlos en mi colmenar”.
Anselmo. -“Pues mire, ahí en la orilla del majuelo tengo yo unos romeros, escarbe un poco la raíz y cójalos, que esos le agarran bien en el colmenar”. Por cierto, Don Elpidio, ¿sabría usted decirme qué palos de esta viña son los que ya no darán uva el próximo año?”
Puesto que el padre de Elpidio había tenido majuelos y él le había ayudado a podar en alguna ocasión, y así había aprendido cuál era la guía, cuál era el pulgar, etc., trató de acordarse de todo ello mientras se agachaba para ver con más detalle la viña, y tratando de aparentar ser entendido en la materia, señaló una rama y respondió:
-“Pues este palo es el que el año que viene ya no dará uva”.
A lo que Anselmo, agachándose también, cogió del suelo uno de los palos ya podados, y  replicó con sorna:
- “no señor, este es el que el año que viene ya no va a dar uva”.
Elpidio Ruiz es un hombre muy polifacético. A raíz de su estancia en el seminario hizo sus pinitos con el canto gregoriano. Ha escrito siete libros de poesía y es uno de los siete autores cuyas obras han sido recopiladas en el libro “Poetas del Cerrato. Antología”, coordinada por Joaquín Galán y editada por ADRI Cerrato.
 
 
LAGAREJOS
 
 
Relacionado con las vendimias y con la elaboración de vinos están los lagarejos. Consistían en coger racimos de la uva y restregarlos por el cuerpo y el pelo de otras personas, embadurnándoles. Se cogía la uva más tinta que hubiera, para que costara más limpiarlo luego.
Se realizaba en ambiente de broma, y en general se lo hacían los chicos a las chicas, aunque también se producía a la inversa.
Era frecuente que si alguna chica oponía resistencia y se tapaba la cara, los chicos le subían la falda y le hacían el lagarejo en el culo.
Tampoco era raro que fueran ellas las que contraatacaran, bien haciéndoles un lagarejo en la cara o incluso bajándoles los pantalones y para hacerles el lagarejo en el trasero o metiéndoles un racimo de uvas por la entrepierna. Esto era frecuente en Villahán, o en Villaverde Mogina (si Asunción o Secundina y sus amigas contaran lo que le hicieron a un chico que llamaban Hortelano…).
Como se ve, eran muy atrevidos, tanto chicos como chicas, y a menudo los juegos se convertían en excusa para acercamientos de alto voltaje.
Ello puede explicar lo que a veces ocurría en Castrillo de Don Juan: dado que los mozos elegían para hacer lagarejos a las mozas más agraciadas, algunas de las menos agraciadas se hacían un lagarejo a sí mismas para poder decir que ellas también lo habían recibido.
En algunos pueblos los lagarejos se hacían no solo con los racimos de las uvas sino también con el vino ya elaborado.
Por ejemplo en Canillas, el trasiego del vino desde el lagar se hacía en unas pellicas (recipientes hechos con piel de cabra y de unos dos cántaros de capacidad), hasta depositarlo en las cubas que cada uno tenía en su bodega. Cargaban con la pellica al hombro y si en camino se cruzaban con alguna moza le soltaban una chorretada de vino para mancharla.
En Piñel de Arriba ocurría parecido. Llevaban el vino en pellejos y les echaban un chorretazo a las mozas que veían. Como estas lo sabían, las que les gustaba que se lo hicieran procuraban cruzarse a posta con los mozos que llevaban los pellejos, y las que no les gustaba se escondían.
Y es que por supuesto había a quien no le gustaba recibir lagarejos. En Villahán era frecuente que cuando alguna chica recibía un lagarejo y no le gustaba, reaccionara persiguiendo con tijeras o navajas a quien se lo había hecho, al grito de “te voy a rajar”. Pero también era frecuente que a las chicas que no las gustaba se lo hicieran doble, por quejarse.
 
ARQUITECTURA SIN ARQUITECTOS
 
 
Ligadas necesariamente a la proliferación de viñedos están las bodegas, construcciones subterráneas en las que se guarda el vino y en algunas (las que disponían de lagar) también se elaboraba.
Existen desde hace cientos de años. La primera noticia escrita que se tiene data de 1211, cuando Alfonso VIII vendió una al monasterio de las Huelgas Reales, por lo que ya existían con anterioridad.
 
Presentes en prácticamente todas las localidades cerrateñas, alguien las denominó arquitectura sin arquitectos porque se hacían sin planificación previa, lo que explica que tengan plantas y fachadas diferentes, aunque poseen una serie de denominadores comunes: chimeneas para hacer lumbre en el interior, poyos de piedra adosados para sentarse a charlar con los vecinos, respiraderos, cotarros que formaban con la tierra extraída al excavar para construirlas y que era echada por encima para que la bodega quede aislada tanto del frío como del calor y la temperatura en el interior sea constante, zarceras (corrupción del lenguaje: deriva de cierceras, que son luceras orientadas al norte para que penetrara el cierzo y ayudara a mantener la temperatura fresca en el interior, algo necesario para la conservación del vino, y a la vez servían de respiradero), etc.
 
Los respiraderos son esenciales ya que la uva al fermentar produce tufo, un gas letal que hay que evacuar. Para comprobar si aún queda tufo en el interior o ya hay oxígeno limpio, se usan varias técnicas: entrar con una vela encendida o arrojar por la zarcera candelas encendidas (el fuego necesita oxígeno para mantenerse, por lo que si se apaga la llama es que no hay suficiente oxígeno, y por tanto prevalece el tufo), u otras más crueles como meter un pájaro o un gato (si caen fulminados es que aún queda tufo).
 
Muchas son las localidades cerrateñas que disponen de tal número de bodegas que forman verdaderos barrios y en algunos casos están intercomunicadas. Torquemada y Baltanás se llevan la palma en cuanto al número de bodegas, con cientos de ellas, y en ambos casos declaradas Bien de Interés Cultural (BIC) como patrimonio cultural etnográfico. En Dueñas, donde se ha creado la ABCD (Asociación de Bodegas y Cuevas de Dueñas), están en trámites para ser declaradas BIC.
 
Torquemada, con más de 500, representa la mayor concentración de bodegas de Castilla y León y constituyen uno de los mejores conjuntos de arquitectura popular relacionada con el vino. No en vano la localidad tuvo sobreabundancia de vino y contó con alcoholera, fábrica de odres y pellejos, etc.
 
Caso paradigmático es el de Tariego de Cerrato. Ubicada en el margen izquierdo del río Pisuerga, el gran número de bodegas subterráneas, incluso en pleno casco urbano, provocó la aparición de grietas en la carretera que atraviesa el pueblo. La profundidad de estas grietas alarmó a los vecinos, hasta que el día 29 de noviembre de 1960 se produjo un corrimiento de tierras inclinando el pueblo hacia el río, poniéndolo en peligro de ser engullido por el Pisuerga.
 
En la actualidad, la drástica disminución de viñedos ha modificado el uso de estas construcciones singulares. Ya no sirven tanto para elaborar vino como para actividades lúdicas (meriendas entre vecinos y amigos), instalación de negocios de restauración culinaria, centros de exposiciones e incluso como reclamo de enoturismo.
 
GAUDÍ EN EL CERRATO
 
 
Uno de los más espectaculares barrios de bodegas es el de Baltanás. Son 374,  superpuestas en 6 alturas en dos cerros (El Castillo y La Erilla).
Desde la lejanía lo que más se aprecia son las chimeneas, que recuerdan la arquitectura de Gaudí. Tanto, que parecen miniaturas de la Sagrada Familia de Barcelona.
Sin embargo más bien podríamos decirlo al revés, que este monumental templo barcelonés se parece a las bodegas de Baltanás. No en vano todo apunta a que está inspirado en ellas.
 
Según esta hipótesis, el arquitecto Antonio Gaudí viajaba en tren desde Barcelona a León, con motivo de la construcción en Astorga y León de sendos palacios diseñados por él, y al pasar por el Cerrato le llamó sobremanera la atención ver muchas chimeneas juntas saliendo de un montículo (al ser construcciones subterráneas, no salían de ningún tejado visible). Se alojó en Venta de Baños y desde allí se desplazó cada día a un pueblo de alrededor, para verlas de cerca. Quedó prendado de las de Baltanás, hasta el punto de inspirarse en ellas para sus obras más importantes: la Sagrada Familia, el Parque Güell o la famosa Casa Milá, más conocida como La Pedrera.Así, las características de estas bodegas (piedras superpuestas, fachadas inclinadas, chimeneas torcidas…, propias de construcciones populares como son las bodegas), inspirarían la importante obra de Gaudí. De hecho, las chimeneas de La Pedrera son muy similares a las de las bodegas baltanasiegas.
 
Un sacerdote palentino, conocedor de esta hipótesis, viajó a Barcelona para ver in situ estas construcciones del famoso arquitecto catalán, y allí contactó con la escritora Ana María Ferrín, una de las personas que más ha investigado sobre Antonio Gaudí. Le expuso el tema, y ella investigó, dando como fruto el libro “Regreso a Gaudí”, publicado por Jaraquemada Editores en 2005.
En este libro hay un capítulo titulado “Antonio Gaudí y Baltanás. ¿Partió de aquí la inspiración del Genio?”, incluye muchas fotos de las bodegas de Baltanás, y aprovecha para contar cómo se hacía la vendimia y la elaboración del vino que luego se guardaba en las bodegas.