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DE VERTAVILLO A GROENLANDIA
No es frecuente que siendo tan de “tierra adentro” como es el Cerrato, alguien forje su vida laboral enrolado en un pesquero en Groenlandia. Sin embargo ese es el caso de Aurelio Silva.
Tras finalizar la “mili” y dispuesto ya a trabajar en el campo con su padre, arando con las mulas, en lo que era un experto (ganó el premio de arada de la provincia de Palencia de 1947), la casualidad hizo que cambiara la tierra por el agua del mar. Esa casualidad se forjó en un día de caza por Vertavillo, al que fue invitado un conocido de la familia que era cuñado del director de una compañía pesquera que operaba en Groenlandia.
Le propuso enrolarse, ganando mucho más dinero del que en Vertavillo le generaría la agricultura (unas 10 pesetas diarias), y Aurelio, con 22 años en ese momento, no se lo pensó dos veces y aceptó, pese a que ni siquiera había visto el mar. Tampoco sabía nadar, aunque como acertadamente comenta, “¡qué más da, estando en alta mar, si pasaba algo ¿de qué me hubiera servido saber nadar?”
Groenlandia le esperaba. Esa gran isla que se dice descubrió el vikingo Erik el Rojo en el año 982 cuando vagaba por los mares tras ser expulsado de Islandia acusado de varios asesinatos y que denominó Groenlandia, que significa “tierra verde”. Aunque antes ya era habitada por esquimales.
Ubicada en el noreste de América, entre los océanos Atlántico y Glacial Ártico, pertenece a Dinamarca pero con un grado de autonomía tan elevado que la metrópoli solamente posee competencias en asuntos exteriores, seguridad y política financiera.
Las corrientes de agua fría que le surcan hacen que casi el 80 % de su superficie esté cubierta de hielo. Los famosos icebergs. Y su economía depende de la pesca.
La flota en la que se enroló Aurelio era Noruega, aunque a los marineros les decían que eran barcos españoles, pues tenían bandera española y la totalidad de la tripulación era de aquí. Estuvo 10 años, en la década de los 50. Embarcaban en Pasajes generalmente, y alguna vez en Ferrol. Entre campaña y campaña venía a Vertavillo.
La compañía se dedicaba a la pesca de bacalao. Aurelio, como no sabía nada de redes no trabajó en cubierta sino en las bodegas del barco encargándose de impulsar sal con una pala para echar al pescado. Eran miles de toneladas de sal al día, impulsadas desde una distancia de 4 metros. Cada dos meses y medio aproximadamente salían a tierra, a San Juan de Terranova, a coger víveres y agua y a repostar gasoil. El resto del tiempo, en el barco.
La vida era tranquila, aunque con los inconvenientes del intensísimo frío (estaban entre glaciares y la temperatura era siempre bajo cero, aunque en la bodega hacía menos frío que en cubierta), algunos accidentes (caídas debidas al balanceo, olas que le arrastraban, enganchones con los motores, etc.) y las tempestades (una tan fuerte que les obligó a tirar al mar agua potable y otros víveres y enseres para aligerar el peso del barco).
La compañía tenía más de 30 barcos y en cada uno iban 62 personas. Capturaban miles de toneladas de bacalao. Sin embargo de la noche a la mañana se disolvió y los trabajadores ni siquiera pudieron cobrar subsidio pese a haber estado cotizando para ello 500 pesetas al mes. Tras la desaparición los marineros se desperdigaron, cada uno a su tierra de origen, lo que impidió que pudieran hacer medidas de presión conjuntas para percibir un subsidio al que tenían derecho. Aurelio volvió a Vertavillo, compró un tractor junto a sus hermanos y se dedicó a labrar las tierras de su padre.
Aurelio Silva no fue el único de Vertavillo que se enroló en el pesquero. Con él estuvo Aureo Escudero, aunque menos tiempo.