TIEMPO DE DIFUNTOS

 

 

 

En noviembre el calendario marca tiempo de difuntos, y el Cerrato, también en este tema, ha dado anécdotas y sucedidos dignos de mención en aspectos como velatorios, funerales, enterramientos, cofradías de ánimas, etc.

Desde el medievo han existido cofradías de ánimas en muchas localidades. Entre otras funciones tenían la de tañer las campañas anunciando el fallecimiento de algún vecino. Este toque de difuntos era diferente si el fallecido era un adulto o un niño, en cuyo caso diferían incluso los cánticos y la vestimenta del sacerdote.

En el caso de los adultos se llamaba toque de clamor, que podía ser sencillo (con dos campanas), semidoble (con tres campanas) o doble (con cuatro campanas). En Villahán si el fallecido era varón tocaban tres clamores, y si era mujer solamente dos.

Si el fallecido era un niño se tocaba el esquilín y se llamaba toque de gloria.

En algunas localidades, sobre todo del Cerrato vallisoletano como Castronuevo de Esgueva o Castrillo Tejeriego, se tocaban las campanas ya antes de que la persona muriera, para anunciar la agonía. De hecho se llamaba tocar a agonías, y algunas veces los enfermos intuían que se tocaba por ellos, originando escenas indescriptibles.

Al margen de los fallecimientos, especial relevancia tenía el toque de campanas durante el mes de noviembre, considerado el mes de las ánimas. En Palenzuela tocaban ya desde el último día de octubre, víspera de la festividad de Todos los Santos, y los mozos del pueblo lo celebraban comiendo palomas.

En Alba de Cerrato y en Castrillo Tejeriego un cofrade recorría el pueblo tocando la esquila dos veces al día, al amanecer y al anochecer, durante todo el mes de noviembre, invitando con ello a la oración: los vecinos en sus casas rezaban el rosario.

En Castronuevo lo que tocaba era un cencerro muy grande, al tiempo que en cada esquina reclamaba “un Padrenuestro por las ánimas del purgatorio”. Además en ese mes cada dos días una mujer vestida con un mantón recorría las casas con una esquila y una bolsa pidiendo limosna para las ánimas,  y lo mismo hacía el mulero del pueblo, ataviado con una capa y luciendo una larga barba (le llamaban el tío barbas), provocando con su aspecto que no pocas niñas huyeran despavoridas al verle. Esta tradición de pedir por las ánimas continuó hasta finales del siglo XX, y con el dinero recaudado se sufragaba una misa para los difuntos.

 

 

 

En Castrillo de Don Juan y Canillas de Esgueva el protagonismo era para los cañamones. En el primero se repartían a los cofrades el día de San Andrés, último día de la Novena que a finales de noviembre se dedicaba a los difuntos.

En Canillas en esta época se tostaban y melaban cañamones, los envolvían en papel de periódico y los vendían por los pueblos de alrededor a un céntimo (de peseta) el paquete. La abundancia de plantas de cáñamo hacía que hubiera muchos cañamones, por lo que eran empleados también para hacer tortas e incluso para comerles de postre…hasta que fueron prohibidos porque del cáñamo se obtiene también el cannabis.

Otra costumbre en Canillas por la época de ánimas era regalar a los sacerdotes trigo o cebada, que luego ellos vendían.

VELATORIOS: VIANDAS, PLAÑIDERAS…

En la antigua Roma existían rituales funerarios que fueron asimilados en mayor o menos medida en los territorio romanizados. Uno de ellos era que los familiares de los difuntos tenían prohibido llorar o mostrar dolor, y para suplirlo contrataban a las dolientes o plañideras, mujeres dedicadas profesionalmente a llorar y mostrar dolor en honor al difunto.

Esta práctica, al alcance solamente de familias pudientes, se adoptó en algunas localidades cerrateñas, como Castrillo Tejeriego o Valbuena de Duero.

En esta última localidad un señor contrató a 5 plañideras para que fuesen a llorar en el velatorio de un familiar, y las ajustó en 10 pesetas para cada una. Tras el velatorio llevó 45 pesetas para pagarlas. Las cuentas no cuadraban. Y aclaró la cuestión: a una de ellas la pagaría solamente 5 pesetas, la mitad de lo acordado. Ante las quejas de la afectada preguntando la razón de tal discriminación, el señor le espetó: “a tí solo te pago la mitad porque como eres tuerta solo has llorado por un ojo”.

Los velatorios se hacían en casa (los tanatorios son muy recientes). Acudían los vecinos y estaban toda la noche, por lo que los deudos sacaban viandas, sobre todo en familias pudientes. Entre pastas y licores las conversaciones se animaban y salían a relucir todo tipo de chascarrillos.

En algunos lugares se daban panes enteros (Renedo) o trozos de pan (Castrillo Tejeriego) que los asistentes se llevaban (y a veces repetían visita para coger más). Lo cual contentaba a ambas partes: a quien así se aprovisionaba de pan y a los deudos del difunto que de esa forma se aseguraban una gran afluencia de vecinos al velatorio.

Para estas reuniones vecinales, finado por medio, era frecuente pedir prestado a otros vecinos ajuar como jarrones y similares, para lucir.

Tema a resolver era lo concerniente a los familiares que vivían lejos. Sin los medios de locomoción actuales, que permiten ir y volver en el día, era frecuente que acudieran en caballos, en carros, incluso en bicicletas, y no podían regresar inmediatamente después del entierro, y menos aún si las condiciones meteorológicas eran adversas, por lo que se quedaban varios días y había que proporcionarles alojamiento y manutención, lo que con frecuencia se convertía en banquetes familiares dignos de mejor celebración.

Los familiares de los difuntos debían guardar un luto riguroso y muy prolongado en el tiempo. Ropa negra, imposibilidad de ir al baile, etc. En algunas ocasiones tanta rigurosidad era burlada por las protagonistas. Así, era frecuente que chicas de luto de Peral de Arlanza se iban al baile a Palenzuela, donde no eran vistas por sus vecinos.

CEREMONIA

En muchos pueblos la ceremonia de los entierros dependía de la capacidad económica de la familia del finado para pagarla. Algo así como entierros para ricos y entierros para pobres.

Los más pudientes contaban con más sacerdotes, ataviados con distintos hábitos (dalmáticas para los ricos en Quintana del Puente) e incluso con diferentes cruces (en Alba había una cruz churrigueresca de plata para los ricos y otra románica de cobre para los pobres), diferente féretro, con catafalco y hachones o sin ellos, etc.

La duración de la ceremonia también dependía de ello, hasta el punto de ser popular la coplilla “hacer prosas, hacer prosas, que este es rico y tiene bolsa”, o por el contrario “aviarle, aviarle, que este es pobre y paga tarde” (con pequeñas variaciones en cada pueblo).

Las prosas eran paradas del cortejo fúnebre en el camino al cementerio para rezar responsos y laudatorios. En Fombellida había tres clases de responsos: recorderis, quilázaros y tremendas, según el dinero que se le daba así decía el responso el cura.

En Piñel de Abajo los salmos se recitaban en latín.

En Dueñas había hasta tres categorías. En los de primera el sacerdote acompañaba el féretro hasta el cementerio, en los de segunda solo hasta el cruce a mitad camino, y en los de tercera lo despedía ya en el pórtico de la iglesia.

FÉRETROS. ATAÚDES COMUNITARIOS

También en los féretros se notaba la diferencia de capacidad económica. En Vertavillo si la familia no podía pagar un féretro se le ponían unas tablas o un carpintero confeccionaba una sencilla caja en su taller.

En Cevico Navero y en Villabáñez había un “ataúd comunitario” en el que se llevaba al difunto hasta el cementerio, se vertía el cadáver en la tumba y se volvía a llevar el ataúd ya vacío a la iglesia o al Ayuntamiento para ser utilizado de nuevo cuando falleciera otra persona. En Villabáñez se utilizó hasta el primer cuarto del siglo XX y se llamó primero “la caja del curato” y después “la caja del cabildo”.

En Piña de Esgueva lo reutilizable era una corona de plumas con un pensamiento de trapo en el centro, de gran tamaño, que las familias llevaban al cementerio el día de Los Santos y luego recogían para llevarlo el año siguiente.

En 1962 en Alba murió un vecino y la funeraria no pudo suministrar ataúd. Sin pensarlo dos veces Alejandro Ortega cogió la bicicleta y se fue a por uno a Palencia. Su regreso a Alba fue un espectáculo, llevando un ataúd en la bicicleta. Alejandro Ortega era carpintero y herrero, y se confeccionó un ataúd para él, con andas incluidas.

Las dificultades para obtener féretros cuando no existían funerarias en la zona propiciaba que se trasportaran en los coches de línea. Igualmente frecuente era que si se llenaban los asientos del autobús los viajeros que no cabían sentados podían subirse a la baca y viajar allí arriba. Ello dio lugar a la proliferación de relatos como el que cuenta que el autobús que cubría la línea Palencia-Hérmedes llevaba un ataúd en la baca y varios viajeros se tuvieron que subir también allí por no haber asientos disponibles en el interior. Al poco de salir de Palencia comenzó a llover y uno de los viajeros se metió dentro del ataúd para resguardarse de la lluvia. En la parada de Venta de Baños subieron más pasajeros, también a la baca, viendo un ataúd pero sin saber que estaba ocupado.  Al llegar por Tariego el que iba dentro del ataúd abrió la tapa y sacó la mano para ver si seguía lloviendo, provocando tal susto en uno de estos últimos los pasajeros que saltó desde la baca del autobús y se rompió una pierna. En otros pueblos cuentan una historia similar, lo que hace pensar que se trata de un chascarrillo sin demasiada verosimilitud.

ENTERRAMIENTO

Antiguamente los enterramientos se hacían en el interior de la iglesia, o en cementerios anejos a la misma. De hecho junto a las iglesias han aparecido huesos en muchas ocasiones. Pero con el tiempo por motivos de salud pública se obligó a que los cementerios estuvieran alejados del casco urbano.

El trayecto se hacía con frecuencia a pie, y a veces llevando el féretro en andas. Ello dio lugar a que en Villamuriel se le diera el nombre de Calle de los Muertos a la calle que une la iglesia con el cementerio, por donde iba la comitiva.

En Guzmán iban todos los niños en fila, con el maestro. Y en Esguevillas de Esgueva los niños que eran monaguillos ese día salían antes de la escuela para ir al entierro portando cirios.

En algunas localidades si el fallecido era un niño sin bautizar, no se oficiaba funeral y se le enterraba en una zona marginal del cementerio.

Las condiciones de los cementerios a veces eran muy precarias. En Cevico Navero estaba situado junto a un arroyo y cuando llovía mucho se inundaba, dándose el caso de quedar los féretros flotando.

En Castronuevo los mozos del pueblo o los familiares del fallecido eran los encargados de hacer el hoyo para el enterramiento, y lo hacían muy profundo (unos tres metros).

El libro de visitas de Castrillo Tejeriego refleja que entre los años 1550 y 1800 los Obispos y vicarios cuando visitaban la localidad daban órdenes prohibiendo la asistencia de mujeres a los entierros, “porque lloran y dan grandes voces”.

En Royuela de Río Franco no dejaban acudir al entierro a las esposas ni a las madres de los difuntos, para evitar escenas de mucho dolor. Esa misma razón hizo que un hombre fallecido en un accidente fuese enterrado esa misma noche, a la luz de antorchas, pese a que la norma exigía enterrar de día y habiendo trascurrido al menos 24 horas desde el fallecimiento.

Al no poder acudir al entierro de su deudo, se quedaban en el balcón y al pasar la comitiva fúnebre sollozaban y gritaban frases al fallecido. Comentan los vecinos de Royuela que cuando murió un joven músico introdujeron su flauta en el ataúd, y su madre desde el balcón exclamó “adiós, hijo mío, que te llevan con la flauta entre las piernas”, provocando la risa de los presentes. Igual ocurrió en el entierro de un hombre fallecido en otro accidente en el que perdió la ropa: su viuda desde el balcón exclamó “adiós, que me dejas con tres hijos y has quedado con los zapatos por un lado y los calzoncillos por otro”.