CARNAVAL EN VERTAVILLO

 

 

 

Las personas adineradas se podían permitir pagar por tener una “buena muerte” (mediante responsos y misas, lo que se llamaba sufragios). Sin embargo los pobres se tenían que asociar para lograrlo, y así es como nacen las cofradías de ánimas, con la finalidad de recaudar fondos mediante donativos, cuotas, legados... para pagar los sufragios por las almas de los cofrades que fallecían, así como colaborar en el velatorio, rezos y entierro, con un sistema de multas para los cofrades que lo incumplieran sin causa justificada. También se prestaban ayuda social y hacían comidas de hermandad.

 

Muchos pueblos del Cerrato contaban con estas cofradías. Una de las más importantes se creó en Vertavillo hace más de 4 siglos (13 de Abril de 1575), y aún perdura. Tiene la peculiaridad de aunar la actividad piadosa con la profana y festiva debido a que celebra su fiesta mayor en Carnaval. Las cofradías de ánimas con esa característica tenían como misión atenuar el carácter pagano del Carnaval, para que no se apartara del religioso. De hecho durante gran parte del franquismo fueron prohibidas las celebraciones carnavalescas.

 

De esta cofradía habla Francisco Javier Abarquero Moras en su libro “El Carnaval de Vertavillo y las Cofradías de Ánimas en el Cerrato Palentino”, editado por la Diputación de Palencia a través de la Institución Tello Téllez de Meneses.

 

Para sus funciones contaban con varas, banderas, tambores, estandartes, alabardas, platillos limosneros, platos de alquimia, esquilas, casco con cuernos (“morrión”), fardos de tela, mobiliario, vajillas, libros, etc.

 

Su organización, indumentaria y parafernalia es de tipo militar, quizás por la relación entre guerra (ejército) y muerte (ánimas). Por ello cuenta con cargos jerarquizados como capitán (máxima autoridad), hermanos mayores, abad (siempre el cura del pueblo), síndico…cada uno con sus funciones.

 

Así, el aposentador o mayordomo debe abastecer a la cofradía; el alférez o abanderado dirige el revoleo de la bandera y se encarga de su custodia, asistido por el paje; el sargento o alabardero se encarga de lanzar al alto la alabarda en el revoleo; los cabos hacen de recaderos y limpian el local; el portaestandarte encabeza los desfiles y las procesiones enarbolando el estandarte de la Virgen del Carmen, el alcalde vela por que todo esté a punto en los desfiles y por el mantenimiento del orden en la sala de reuniones, pudiendo incluso llevar ante los tribunales a los responsables de altercados graves; el síndico o animero tiene a su cargo el platillo para recoger donativos; el secretario levanta acta de las reuniones, controla los gastos, lleva y presenta las cuentas y custodia los libros de altas y bajas.

 

Había dos cargos remunerados y exentos de pagar la cuota: el tambor y el enterrador.

El tambor anuncia el fallecimiento de algún cofrade recorriendo el pueblo tocando la tambora y acompañando el féretro de la casa a la iglesia y de esta al cementerio. Toca en el ofertorio de la misa, en el desfile de oficiales y en el revoleo de la bandera. Además desde las Candelas hasta Carnaval recorre el pueblo tocando el bordón dos veces al día (al amanecer y al anochecer).

 

 

 

El enterrador se encargaba de cavar la fosa y enterrar a los cofrades fallecidos.

Los cargos eran nombrados el Miércoles de Ceniza y su mandato duraba desde el Domingo de Piñata hasta los carnavales del año siguiente. Ese día también se daba lectura a las altas y bajas de cofrades en ese año y se hacía inventario. Ahora los cargos no se renuevan anualmente.

 

Los cofrades de más de 65 años solo tenían obligación de pagar la cuota y rezar el Martes de Carnaval. Y quienes pasaran de esa edad al afiliarse debían pagar un canon especial, ya que se presumía que les quedaba poco tiempo para amortizar los gastos de su entierro.

 

La sala de juntas es presidida por un cuadro de la Virgen del Carmen sacando a las ánimas del purgatorio y en ella se leen los estatutos el domingo y el martes de Carnaval.

 

Para ser cofrade se requería ser cristiano y observar buenas costumbres. Las mujeres, a las que se consideraba dependientes de sus maridos o de su familia, pagaban menos cuota, no tenían obligaciones, no podían participar en los desfiles ni en las meriendas y solamente podían entrar en la Sala de Juntas el Martes de Carnaval para participar en los rezos.

 

El ciclo festivo comienza el 2 de febrero, día de las Candelas, y finaliza el Domingo de Piñata (el domingo posterior al Carnaval). En medio quedan las jornadas festivas de Domingo Gordo (domingo previo al Carnaval); Domingo, Lunes y Martes de Carnaval, y Miércoles de Ceniza.

 

El día de Las Candelas comienza el toque de tambora al amanecer y al anochecer todos los días hasta el final del Carnaval, llamando a la oración por las ánimas del purgatorio y de los cofrades fallecidos. También se hace ese día la “probadilla” (probar vino de todas las bodegas para decidir de cuál comprar para todas las fiestas).

 

Los días festivos se realizan revoleos de la bandera, para lo que se necesita fuerza, por el gran peso del mástil, y habilidad, para que la tela no se enrolle. Desfiles con estandartes, banderas y varas. Lanzamiento al aire de una alabarda adornada con cintas, en vertical para cogerla al caer con una sola mano. Salvas y cánticos militares.

 

 

Repiques de campanas para acudir a una misa que se celebra con mucha parafernalia y escenificación: el desfile y el toque de tambora continua en el interior de la iglesia, en la que se coloca ante el altar un “túmbulo” (tumba) simbolizando las ánimas del purgatorio, consistente en cuerpos de madera rectangulares de diferentes tamaños colocados en forma piramidal pintados de negro y con el símbolo de la muerte (la calavera y las dos tibias cruzadas) en los laterales, adornados con velas encendidas y con dos panes encima (reminiscencia de los testamentos que antiguamente se hacían cuando los enterramientos eran en el interior de la iglesia y que disponían que se llevasen velas para contribuir a la iluminación de la iglesia y panes para el sustento de los sacerdotes), todo ello custodiado por 5 jóvenes recién licenciados del servicio militar (cuando existía) con uniforme y rifles o escopetas. Petición de limosna con un platillo. Etc.

 

 

 

En cuanto a los rezos, se realizan mientras las campanas tañen “a ánimas”, un toque fúnebre. Se establece un precio por cada responso y el secretario va indicando a quién va dedicado cada rezo y la cuantía aportada por la familia, a la par que el dinero se echa en un platillo. Cuando finalizan los responsos por las almas de los difuntos cuya familia ha dado un donativo se hace otro por los cofrades fallecidos ese año y otro por las ánimas del purgatorio en general.

 

 

 

También se hacen meriendas; incluso las cuadrillas que no son de la cofradía, que la hacen en la casa de quien le toque el Orón, para lo que se echan las cartas. Si algún cofrade estaba enfermo, le llevaban  a su casa 2 jarros de vino.

 

El Miércoles de Ceniza continúan las celebraciones, aunque al ser ya tiempo de cuaresma, con su obligación de abstinencia, presentan alguna atenuación, por ejemplo la alabarda se lanza sin cintas, y el propio obispo dispensaba  a los vecinos de Vertavillo de seguir el mandato cuaresmal. Por la mañana se recorren las calles con cencerros y arrojando gallinaza pestilente para echar fuera las carnes (carnestolendas) y dar paso a la cuaresma. Por la noche se lleva a cabo el entierro de la sardina, con gran teatralidad: portan una escalera cubierta con una manta simulando un ataúd, en un extremo colocan unas botas simulando los pies del difunto y por el otro extremo sobresale de entre la manta la cabeza reclinada hacia atrás de uno de los portadores (el cuerpo lo lleva oculto en la manta), acompañado de una comitiva variopinta: una persona disfrazada de sacerdote que va recitando salmos en un latín inventado y diciendo a la gente “llorad, hijos míos, que se ha acabado el vino”, un monaguillo y mujeres de luto bailando al son de la tambora; lanzando en el recorrido más gallinaza con un hisopo hacia las puertas y ventanas y la gente que pueda estar asomada.

Tras este día, que da paso a la cuaresma, aún hay actos el Domingo de Piñata.

 

La vertiente festiva más pagana registra bailes, disfraces, lanzamiento de papelillos de colores, el “baile de la escoba” (un baile en corro con una o varias personas dentro del mismo blandiendo una escoba, con música que cada poco paraba los acordes para que los integrantes el corro se agacharan porque el parón de la música era la señal para que los de de dentro sacudieran la escoba a la altura de las cabezas y quien no se diera prisa en agachar recibía el impacto; esto ya no se hace en Vertavillo).

También está la figura del “birria”, o “botarga”, personaje ataviado con ropajes de colores que hace de bufón y provoca a la gente. En 1783 el obispo, José Mollinedo, prohibió la entrada en la iglesia tanto al “birria” como a cofrades que presentaran una indumentaria chillona (predominaba el rojo y negro), por entender que atentaba contra la solemnidad del templo.

Fuera de este calendario festivo la actividad de la cofradía se limita a participar en los funerales de los cofrades que fallecen, o en los bautizos de sus hijos.

 

La cofradía de Vertavillo es la única que perdura, pero en innumerables pueblos del Cerrato contaban con una. La última en desaparecer, la de Alba de Cerrato, a mediados del siglo XX.

 

 

 

En todas ellas las características eran similares, con peculiaridades como el uso de pólvora para lanzar salvas; financiarse mediante juegos de cartas, con rifas o con la cría de cabras; el uso de campanillas para anunciar los fallecimientos; reparto de alimentos (fundamentalmente rosquillas, peras, nueces, turrón, confitura, o en Tariego el “pan de domingo de ánimas”); una mayor parafernalia militar (en Hontoria la procesión finalizaba con un campamento en el que los soldados hacían guardia por turnos, en Herrera de Valdecañas el batallón acompañaba a los oficiales hasta su domicilio por orden jerárquico); etc.

 

En varias existía el cajero, encargado de tocar la caja; el mozo avisador; o el penero, encargado de cobrar las penas en forma de multas (en Villaconancio o en Soto, donde las multas se pagaban en cera que servía para las velas con las que se acudía a las funciones religiosas).

 

En Baltanás, donde disponían de ganado vacuno y un toril, había dos escuadras, la “compañía principal”  y los “encapados”. La diferencia, amén de la indumentaria, estribaba en que la primera recaudaba más y la segunda menos, por lo que se le denominaba también “ánimas pobres”.

 

En Cevico de la Torre la cofradía tenía obligación de vestir a un pobre cada año con sombrero basto, capote y calzones de paño pardo y zapatos de piel de vaca. Esta obligación venía de que el patrón de la cofradía era San Martín de Tours, del que la leyenda cuanta que en el año 337, estando en Amiens, le dio la mitad de su capa a un pobre que estaba tiritando de frío, la otra mitad no podía dársela porque compartía la propiedad al 50 % con el ejército romano, y la noche siguiente de le apareció Cristo vestido con media capa.

 

La cofradía ceviqueña se financiaba entre otras formas alquilando una romana para pesar la uva de las vendimias. En carnaval disparaban con arcabuces y la noche de carnestolendas quemaban un carro de leña. Poseía un ataúd con angarillas para poder subir a los difuntos hasta la iglesia por los casi 100 escalones que le dan acceso.