RUTA OTOÑAL POR EL CERRATO
Paisaje cerrateño en otoño
Amaneció un sábado de otoño inusualmente caluroso. Había quedado a las diez y media con José Ángel y Clemente, dos de mis compañeros y amigos, voluntarios jubilados como yo del Archivo Diocesano de Palencia, inmersos en la ingente y apasionante tarea de digitalizar, indexar e informatizar sus libros sacramentales, en la entrada de mi pueblo, Cevico de la Torre. El objetivo era que conocieran, pusieran cara y paisaje a algunos de esos cientos de pueblos palentinos con cuyos libros bautismales habíamos estado trabajando en estos dos últimos años, y que para ellos solo eran nombres sin rostro, la toponimia del sureste palentino, englobados en esa comarca ignota que llaman el “Cerrato”, que solían llevar de apellido como complemento de sus nombres.
En mi mente componía una y otra vez el posible discurrir de la ruta, los lugares y pueblos que visitar. Al fin decidí dejar fluir el día sin prefijarnos objetivos, abiertos al devenir de la jornada que se nos regalaba y teníamos por delante para su disfrute, haciéndola entretenida, inolvidable, y gozosa. Ese era mi objetivo, y en él iba a poner mi esfuerzo, pasión, conocimiento y amor a esta tierra.
El punto de encuentro fue frente a la residencia de mayores, antiguo asilo de D. Pedro Monedero Martín, hijo ilustre y mecenas del pueblo, junto a la fuente de la Samaritana, uno de sus emblemas, erigida en 1903, justo de donde parten las diferentes carreteras hacia los pueblos del entorno.
Después de tomar un café en casa, -el bar abre más tarde-, salimos a pasear sus calles, y nos plantamos ante las noventa y tantas escaleras que suben a la gigantesca iglesia parroquial de San Martín de Tours, asentada en lo alto del pueblo, de dimensiones catedralicias, y recio y sobrio estilo herreriano renacentista. Abierta los fines de semana hasta noviembre, se la enseñamos a mis amigos con las explicaciones y dedicación Amparo, encargada de atender a los numerosos visitantes que se acercan a conocerla. Para unos melómanos como ellos, no les pasó desapercibido el precioso órgano del siglo XVIII, restaurado en 2005, llenando el templo desde entonces con sus notas.
Iglesia de Cevico de la Torre.
A la salida de la visita, por la calle de San Miguel nos dirigimos al barrio de las bodegas, noventa y tres dice un cartel, que hablan de la importancia que tuvo aquí la producción de vino. Excavadas en los cotarros que bajan desde las cuevas de Cameros hasta la carretera de Vertavillo, forman una amplísima red de galerías subterráneas, coronadas por luceras y zarceras, por donde entra la luz, respiran, y se echa la uva al lagar.
Bodegas de Cevico de la Torre.
Había quedado con Jesús López Ocasar, vecino y amigo del pueblo para que nos enseñase su bodega, y allí nos estaba esperando para conocerla y aprender de la cultura del vino, su elaboración y la seña de identidad que dejaron en este pueblo, en el que hace cien años el ochenta por ciento de sus cultivos eran viñedos. Degustamos un vaso del vino rosado que él hace, y ha sido premiado con el Primer Premio en el Primer Concurso de Vinos Artesanales de Palencia, organizado por la Diputación e Itagra, entre aquellas personas que siguen elaborando vino de forma artesanal, como aprendieron de sus antepasados. Al despedirnos Jesús nos regaló a cada uno, una de las botellas del vino del majuelo que plantó su abuelo Vicente hace más de 120 años.
Desde Cevico de la Torre, hacia el sur por la carretera de Población de Cerrato subimos al Monte comunal, en cuya paramera, asomada al valle se levanta la ermita de la Virgen del Rasedo, patrona de la villa y mirador espléndido del amplio valle donde se asienta. Un buen lugar para hacerse idea y percibir la esencia e identidad de esta comarca: un arroyo en el valle, el Maderano; romero y almendros; algunas viñas amarillentas; laderas y cuestas con pinos de repoblación; páramos, monte y encina; rastrojos amarillos y tierras grises removidas para la sementera cubriéndolo casi todo, es otoño. Hay algunos cuadros verdes de alfalfa y remolacha. Y el pueblo rojo y gris, aparece mudo y silencioso a los pies. Hay otro, allá a lo lejos, difuminado por la distancia, que se eleva en el horizonte. Desde aquí el paisaje se bebe a sorbos lentos que remansan el alma, emociona y serena el espíritu, haciendo imposible la no vuelta.
Ermita de la Virgen del Rasedo, de Cevico de la Torre
Continuamos nuestra ruta bajando del Monte infinito, donde levantaron los corrales y cabañas los pastores de antaño, a otro valle, el del arroyo Maderazo, volviendo a la carretera que serpentea hasta llegar al valle donde se asientan humildes, pequeños, silenciosos Población de Cerrato, su ermita del Arroyuelo, y la iglesia de San Babiles.
Ayuntamiento y Plaza Mayor de de Población de Cerrato
Dejándoles a la derecha y remontando el curso del arroyo, llegamos hasta Vertavillo, el pueblo donde nació mi padre, próxima parada de nuestra ruta.
Entramos en el corazón de este pueblo, monumento histórico artístico, por la puerta del Castro. Caminamos hasta la plaza donde frente a frente se levantan la hermosa iglesia, y la casa consistorial porticada de 1792. En torno a este punto discurren sus limpias y empedradas calles, de sonoros nombres y casas de piedra que no podemos dejar de recorrer: Mediodía, Granero, Palacio, Hospital, Santa Ana, Manzana, Trinquete, Cantarranas … Allí tenemos la suerte de encontrarnos con mi amigo Javier Abarquero, hijo y vecino ilustre del pueblo, cerrateño militante, arqueólogo, y autor del libro que estudia las “Cofradías de Ánimas del Cerrato”, y de la emocionante novela “Intercatia”, que recrea con pasión, amor y ternura la época en que Vertavillo pertenecía al territorio de los vacceos y la lucha desigual y heroica de estos pueblos para sobrevivir al invasor romano. Le presento a mis compañeros, nos facilita la llave de la iglesia, y nos ilustra con datos del pueblo y su historia.
La iglesia, de tres naves, es hermosa, armónica, luminosa y sobria. Construida entre los siglos XII al XVI aúna elementos románicos, góticos y renacentistas, y un hermoso retablo barroco en el altar mayor que preside San Miguel arcángel, titular de la misma.
Altar mayor de la Iglesia de Vertavillo
Por la otra puerta de lo que en tiempos fue recinto amurallado, la del Postigo, nos asomamos al mirador del valle extenso: otra vez arroyo y chopos; ermita del Consuelo y bodegas; caminos, monte, ladera, y viejo molino; fuente, abrevadero y pálidos colores de otoño mortecinos.
Allí, frente a la puerta se levanta el rollo jurisdiccional, su joya renacentista, y símbolo arquitectónico más distinguido. Fue erigido en 1537, en tiempos de Carlos I para conmemorar la independencia del pueblo de la jurisdicción de Baltanás…
Puerta del Postigo de la muralla y Rollo de Vertavillo.
Con todo esto se han hecho más de las dos, la hora de comer. Tenemos reservada mesa en Alba de Cerrato, a cuatro kilómetros aguas abajo del Maderazo, por lo que decidimos no entrar al bar, pues se nos haría tarde, al entretenernos seguro con los conocidos que nos encontrásemos.
Alba de Cerrato también tiene un pequeño rollo en la plaza, al pie del ábside de su iglesia de San Pedro, levantada al pie de la Mota, ese cabezo rotundo que lo corona todo, que preside, es balcón, mirador, da forma e identidad al pueblo que se esparce a sus pies, acogiendo en su falda las bodegas, y un poco más allá los cientos de gallinas de la granja de Laura que picotean libres y despreocupadas el campo detrás de la alambrada.
El bar está también en la plaza. Llega para acompañarnos a la mesa, uniéndose al grupo viajero mi amigo D. Erfidio, el párroco de dos de los próximos pueblos que visitaremos, que nos ilustra y entretiene con su conversación viva y animada; lúcida y sabia, no en vano está a punto de cumplir noventa años y lleva más de sesenta por estos pueblos, siendo el cura en activo de mayor edad de la diócesis palentina.
El bar de Fátima está muy concurrido a esta hora, la del blanco, y la caña; la ración y la tapa; el café y la partida. A él acuden gente de los pueblos vecinos, que toman el tibio sol llenando la terraza. Todos son bien recibidos y se encuentran a gusto y bien atendidos. Es importante un bar en estos pequeños pueblos como lugar de encuentro, conversación, entretenimiento y confraternización.
Rollo y Plaza Mayor de Alba de Cerrato
Cuando terminamos de comer nos vamos a Castrillo de Onielo, a nueve kilómetros, donde vive y es cura D. Erfidio. Nos cuenta que esta mañana, en la iglesia, ha habido un acto de homenaje a un hijo ilustre del pueblo, D. Francisco Martínez Castrillo, médico y capellán de Felipe II, y autor del primer tratado de odontología de España, que vivió entre 1520 y 1585. Quince miembros de la “Sociedad Española de Odontología Infantil Integrada” han venido al pueblo a rendir un homenaje a tan preclaro precursor, y pionero de la odontología en España, y él les ha presentado su figura ilustrándola con la documentación del archivo parroquial.
Ayuntamiento e Iglesia al fondo de Castrillo de Onielo
Antes de entrar en la iglesia, que nos explicará amplia y detalladamente, recorremos el pueblo, al que accedimos por el arco de la antigua muralla. A más de 800 metros de altura, levantado sobre una peña que le dio nombre, y de trazado circular y llano, tiene unas amplias vistas por todos los puntos cardinales, que admiramos mientras circunvalamos su entorno: dos arroyos, molinos, palomares; pilón y fuentes; lavadero y huertos, las antiguas cuevas casi hundidas, las bien conservadas bodegas, la vieja olma fosilizada, el cementerio nuevo, los páramos a los costados y un amplio y extenso valle cerealista, y la ermita de Villagustos, la patrona, perdida en el horizonte. La iglesia de Nuestra Señora de la Paz es su joya monumental y para su párroco la más bonita del entorno, con elementos románicos, góticos y mudéjares, un retablo barroco de 1700, y una de las mejores cajonerías de la provincia en la sacristía. Antes de marcharnos hacemos una visita al bar para saludar a sus gentes amables y acogedoras.
Portada lateral de la Iglesia de Castrillo de Onielo
Salimos los cuatro del pueblo con dirección este, hacia Villaconancio, - la villa de don Conancio-, obispo, donde se encuentra el mejor románico de la zona, el precioso ábside dorado de la iglesia de San Julián y santa Basilisa. La iglesia está abierta, pues Miguel, el cura de Baltanás que atiende ocho pueblos, está terminando la misa, y podemos entrar en la sencilla iglesia, y hablar con él y con la gente que sale, todos mayores, hijos del pueblo que emigraron y viven fuera, la mayoría en el país vasco, que pasan y disfrutan aquí el verano. Dentro de poco, cuando marchen, quedaran tan pocos que ya no vendrá el cura a decirles la misa.
Iglesia de San Julián y Santa Basilisa, de Villaconancio.
Siguiendo la carretera hacia el este, a cuatro kilómetros, en el cruce con la CL 619 que discurre entre Magaz de Pisuerga y Aranda de Duero, llegamos a Cevico Navero, otro pueblo cerrateño. Aquí, a muy poca distancia, saliendo hacia el norte en dirección a Antigüedad estuvo el monasterio premostratense de san Pelayo de Cerrato, del siglo X, que desde 2007 está restaurando la Fundación del Grupo Siro.
Monasterio de San Pelayo, de Cevico Navero, restaurado recientemente.
El pueblo queda a la derecha de la carretera, y hay que entrar también por la puerta que queda de su antigua muralla para llegar a la plaza donde se levanta su iglesia románica del siglo XII, también dedicada, como la de Castrillo, a Nuestra Señora de la Paz, y declarada BIC en 1992.
D. Erfidio tiene aquí un amigo, Pedro, antiguo alcalde, que tiene la llave y nos la enseña y acompaña en nuestra visita haciéndonos de guía y cicerone. Ha sido recientemente restaurada por la Fundación del Patrimonio de Castilla y León, con obras en su cubierta, y en el interior para recuperar su valioso artesonado mudéjar del siglo XIV. El retablo central barroco también ha sido restaurado por el equipo de las Edades del Hombre en su sede del pueblo nuevo de San Bernardo, próximo a Valbuena de Duero.
Iglesia de Cevico Navero y artesonado
Antes de coger el coche para continuar nuestra ruta hasta el último pueblo, vemos el viejo lavadero público, recuperado y restaurado con gusto, y decorado todo él con unas luminosas pinturas campestres, integradas en el conjunto, con el sonido constante del correr del agua.
Nos dirigimos ahora hacia Hérmedes de Cerrato, a solo seis kilómetros hacia el sur, el pueblo donde vino al mundo mi abuelo. Está situado a 900 metros de altitud, en la ladera norte del valle del arroyo Maderón. Cuando llegamos al pueblo de mis antepasados ya está bien entrada la tarde. Como el párroco va con nosotros es él quien nos abre la iglesia de San Juan Bautista, construida en los años cincuenta, por haberse arruinado la antigua y primitiva iglesia, de características parecidas a las que llevamos vistas. Una lástima esta pérdida lamentable. A diferencia de los otros pueblos no vemos vestigios de amurallamiento, por lo que su fundación sería posterior a ellos, ya más pacificado el territorio. Tampoco se ven las típicas bodegas cerrateñas de todos los pueblos de la comarca, el secreto es que aquí las bodegas están excavadas bajo las propias casas vecinales.
Hérmedes de Cerrato, Ayuntamiento.
El monumento de mayor valor histórico y artístico es la ermita de la Virgen de la Era, situada a la entrada del pueblo, adosada al cementerio, y próxima a la iglesia. Una vecina trae la llave, y nos la abre amable para visitarla. Es del siglo X, y estilo mozárabe, y tras las reformas sufridas los elementos más valiosos son su arco de herradura, y un capitel mozárabe usado como pila bautismal. Fue declarada Monumento Histórico en 1931.
Arco mozárabe de la Virgen de la Era, Hérmedes de Cerrato.
Para no demorarnos mucho bajamos hasta el Prado por donde discurre el arroyo en coche. Las casas se van descolgando hasta allí por calles y escaleras que descienden repentinas y abruptas. Hérmedes tiene mucha agua, un lavadero y fuentes; merendero y sombra; verdor y grandes y gigantescos árboles que se hacen bosque intrincado cuando te acercas a ellos, y vestigios de lo que fueron sus fecundos huertos que le hacen diferente a los áridos y secos pueblos vecinos. ¿La Galicia del Cerrato le llaman? Y tiene La Mata Fombellida, un roble o quejigo de más de 400 años y 20 metros de altura, referencia, vigía y emblema del pueblo al que guarda y custodia desde su atalaya en el páramo, al sur del Prado, y del Maderón que discurre a sus pies.
Roble centenario llamado "La Mata Fombellida" en Hérmedes de Cerrato.
Volvemos al punto de partida, Cevico de la Torre con la puesta del sol de frente, y la vista cargada de ermitas, iglesias y paisaje. Anochece. Unos corzos pacen en un rastrojo, nos paramos a mirarlos, nos miran, se van, nos vamos. Después de un brusco descenso la carretera discurre rectilínea y plana. En el despoblado de Corcos o Cohorcos, cruzamos la Cañada Real Burgalesa, vestigios de la antigua Mesta. Antes de llegar a Vertavillo vemos a la derecha la ermita de su Serranilla, la Virgen de Hontoria. Anochece cuando pasamos a los pies de Vertavillo, el rollo arriba nos mira como un centinela de la antigua muralla. Más adelante el cementerio nuevo, y el desvío a Castrillo donde dejamos, y despedimos a nuestro acompañante y guía D. Erfidio, un hombre con tantos conocimientos y sabiduría como sus años, parte ya del paisaje de estos pueblos, que nos ha hecho amena, y entretenida la tarde…
Cevico de la Torre, al atardecer.
Al llegar a casa sobran las palabras, aflora el cansancio, también la alegría por todo lo compartido, y lo que nos ha deparado este día intenso. A ellos dos todavía les queda el regreso a Palencia. Un abrazo sella nuestra despedida hasta el lunes, que volveremos a encontrarnos de nuevo en la tercera planta del palacio episcopal, donde se guarda la memoria de las gentes que hace siglos habitaron los pueblos que hemos visto, fueron a sus iglesias para bautizarse, casarse y enterrarse; cultivaron sus campos, desmontaron sus montes, plantaron sus viñas y bebieron el vino de sus bodegas; subieron al páramos con sus rebaños y nos dejaron en herencia sus obras, y sus vidas gastadas y consumidas para hacer sus pueblos más justos y humanos, y para que los que viniéramos después las tuviéramos mejores.
Vidal Nieto Calzada. Valladolid 16-18 octubre 2022