ESTAMPAS CERRATEÑAS:
EL CARNAVAL Y LA COFRADÍA DE ÁNIMAS DE VERTAVILLO.
“Si nuestros padres socorrían almas con sus responsos,
nosotros podemos salvar su memoria con nuestro testimonio”.
Hay una tradición que pervive, se mantiene y manifiesta desde hace 440 años en Vertavillo. Es por Carnaval, y se trata de una Cofradía que hunde sus raíces en el tiempo, allá por el siglo XVI, cuando acababa de celebrarse el célebre concilio de Trento, en el que otras cosas la Iglesia reafirmó la existencia del Purgatorio, y la necesidad de rezar por las almas de los difuntos que por él pasaban.
Morirse era además un problema para las familias de los pobres, que no disponían de medios para costear un entierro digno, y para que se les dijeran misas y rezos por la salvación de sus almas.
Es por eso que “hace muchos años, por 1575, un grupo de vecinos de Vertavillo, en unos momentos difíciles, con la dificultad económica, cultural y religiosa de la muerte, decidieron unirse para afrontar juntos lo difícil, y crearon una Cofradía”.
El hecho no es sólo exclusivo de Vertavillo. Como tiene documentado Javier Abarquero en su libro sobre “El Carnaval de Vertavillo y las Cofradías de Ánimas en el Cerrato palentino“, pues se da en al menos otros veinte pueblos de esta comarca palentina.
Sin embargo, lo que le distingue y hace peculiar a éste nuestro pueblo, es que es el único que todavía conserva viva y activa la Cofradía. En los otros pueblos donde existieron, éstas se perdieron en el transcurso de los años, y de su existencia no queda más recuerdo que los documentos escritos, y los libros de sus estatutos y cuentas en los archivos parroquiales, o en el Diocesano.
Esto, y la asociación paradójica de una Cofradía de ámbito religioso, con lo profano, lúdico y transgresor del Carnaval, hasta el punto de que los cofrades eran al mismo tiempo miembros de una y del otro es lo distintivo en Vertavillo.
Era precisamente por estas fechas cuando se reunían, y aún hoy se reúnen, para renovar los cargos, hacer balance, cobrar las cuotas a los socios y divertirse con la comida, el vino, los disfraces, el baile y la fiesta, previa a las prohibiciones y austeridad de la cuaresma, al tiempo que se iba a la iglesia y se rezaba, y se reza, por los cofrades difuntos. Religiosidad, rigurosa tradición cristiano popular, unida y mezclada con el espíritu burlesco, festivo, ruidoso y danzante, que se aprecia en las fiestas de los pueblos del Cerrato.
Es desde luego un pequeño gran milagro esta supervivencia en un pueblo, que como todos los de la comarca, ha ido perdiendo a sus hijos, ha visto cerrar muchas de sus casas, vaciarse sus calles, perder a los jóvenes, y envejecer a sus gentes.
Hoy es domingo. La Cofradía y sus cargos, con sus atributos, estandarte e insignias, sale a la calle desde su sala, en los bajos del ayuntamiento, en solemne desfile hasta la plaza, por la que dan una vuelta, delante de la iglesia, antes de la misa de una, a los sones de la tambora que ahora toca Claudino y que durante más de treinta años tocó con maestría inigualable mi tío Celestino hasta su muerte.
Es el anuncio de uno de los actos más llamativos, coloristas, emocionantes, festivos, espectaculares y distintivos de la Cofradía, el revoleo, “demostración externa de sus sentimientos de solidaridad, curiosa ceremonia de un tipismo singular”, escribe Gregorio Sánchez Doncel en su Historia de Vertavillo allá por 1950.
Se van situando en torno a la plaza, los miembros de la Junta, que ostentan sus cargos con resonancias de parafernalia y aparato militar, y organización castrense. Otra peculiaridad de esta Cofradía, la curiosa ligazón del ejército con la designación de los cargos, y su devoción a las Ánimas.
Se preparan para vigilar y celebrar el revoleo de las banderas a la llamada y ritmo de la tambora: Capitán, mayordomo alférez, cabo… en un extremo. Al otro el portaestandarte, con el pendón de la Cofradía que luce la imagen de la Virgen del Carmen. El sargento lleva la alabarda, especie de arma antigua, revestida y forrada de tela, y adornada de coloristas cintas, que lanzará al aire en posición horizontal, mientras delante de la iglesia los abanderados desenrollan las inmensas banderas de múltiples colores que desplegadas y a una mano harán mover, ondear, girar, de forma horizontal paralela al suelo.
El espectáculo dura unos minutos en los que todas las miradas están enganchadas al revoleo, y fijas en las pesadas banderas de cien colores y formas a las que el esfuerzo de tres hombres hace volar, planear, rotar sobre sus cabezas y cuerpos. En ellas y en el vuelo de la alabarda, que esta mañana es César quien lanza al aire para pintarle de colores con su penacho de floreadas cintas, y en el sonido rítmico de las baquetas sobre el gran tambor o caja, “construido con un armazón cilíndrico de latón con los bordes de madera, y dos parches de piel de cabrito, reforzada por una encordeladura con tensores de cuero y bordones…”
La actuación es un regalo para la vista que se repite sólo dos días al año, que captan avaros docenas de móviles y cámara fotográficas, y la respiración contenidas de los asistentes cual si quisieran impulsar y ayudar a levitar a las banderas. Cuando al fin detienen su vuelo, arrancan el aplauso emocionado, alegre y agradecido de los asistentes.
Hoy ha sido una mañana soleada y luminosa, que ha ayudado a que el festival del revoleo haya sido lucido, y se haya visto muy concurrido por vecinos y curiosos forasteros.
Con la alegría en el cuerpo, la luz y el color en los ojos y el redoble en los oídos, desfilan los de la Cofradía a ocupar sus puestos en la iglesia, donde tendrán también su función desfilando y tocando en la misa. Detrás, embargados por la emoción, entramos todos en la iglesia, y no sé si es la luz, el aire de fiesta, la música o quizá el milagro de la tradición secular rediviva, lo que me hace ver hoy a la iglesia de S. Miguel, en su pétrea austeridad de trazas románico y góticas, y retablo barroco, más hermosa, colosal, luminosa, esbelta y bella que ninguna otra mañana.
Lo demás es cosa de Ricardo. Y lo demás es hacernos sentir a gusto en la celebración, continuadores de una tradición, parte de una historia, orgullosos de un pueblo humilde y hermoso que se afana en conservarla, entroncados en la cultura solidaria y asociativa de los que nos dieron sus apellidos, pasearon estas calles, cultivaron estos campos y pastaron sus ovejas por esta tierra de valles, cerros y laderas, y que en esta mañana nos hacen un guiño, y con una punzada al corazón se nos hacen presentes.
Al salir del templo se repite el desfile y el revoleo, la música, los aplausos y las fotos. La emoción de muchos y el esfuerzo de los tres esforzados abanderados. La fiesta continúa en la sala de la Cofradía, un local abigarrado, rebosante y repleto, decorado con fotos de antiguos cofrades, de historia reciente, donde la conversación, los saludos, los encuentros, la amistad y la familiaridad se viven alrededor de una gran mesa donde hay comida y vino para todos.
Por la tarde habrá de nuevo revoleo. Esta vez en el Postigo, junto al monumento emblema del pueblo, el Rollo que conmemora su conversión de lugar en villa, en 1537, por Decreto del rey Carlos I. La luz del atardecer, el color de la tarde, el entorno pétreo, el paisaje de la vega del Maderazo abajo, y en frente, arriba, el páramo extenso y el monte de la Tiñosa, revisten el espectáculo de una aquietada, hermosa, y solemne belleza cromática.
La siguiente cita es para el martes de carnaval. El día grande de la Cofradía. A él todos los cofrades estamos convocados. No podemos faltar.