ESTAMPAS CERRATEÑAS:

 

MARTES DE CARNAVAL EN VERTAVILLO.

 

 

 

       Hoy es el día grande y el más importante para la Cofradía de Ánimas de Vertavillo. Su razón de ser, y el motivo por lo que nació allá por 1575: garantizar un entierro cristiano y digno para sus cofrades, y rezar por las almas del Purgatorio para reducir y aliviar sus penas.

 

   Los cargos van acudiendo a la sala, antes de la misa de una, para recoger las varas y los símbolos de sus cargos: Capitán, alférez, cabos, portaestandarte, tambor, secretario, síndico, alabardero, además de los que hoy revolearán las tres gigantescas banderas.

 

   A los sones que a la tambora le arranca Claudino, salen todos en fila a la plaza Mayor, desfilando en círculo entre la iglesia y el ayuntamiento para ocupar sus puestos, y presenciar el revoleo. Sin duda el acto más colorista, visual, luminoso, aplaudido y visto de la Cofradía del Carnaval y Ánimas de este pueblo, también su seña de identidad más vistosa, aunque quizá no la más profunda, y por lo que es más conocida, como es conocido y visitado el pueblo en sí por el emblema que le distingue y embellece : el rollo de justicia de Carlos V.

 

   Los visitantes nuevos esperan curiosos y expectantes, móviles y cámaras en ristre. Los del pueblo aguardan inquietos. A todos nos recorre el cuerpo la sensación de presenciar algo hermoso, una tradición antigua que se renueva en estos días de carnaval, y acude puntual a su cita cada año. Resuena la tambora, y los abanderados desenrollan las banderas y  mueven girando con soltura sobre sus cabezas las pesadas astas, con más esfuerzo y sudor hoy sin duda, porque el aire dificulta y enreda el movimiento multicolor de la tela estampada.

  

    Santos, el nuevo alabardero, lanza al aire, cada vez más alta, la alabarda forrada de terciopelo rojo, con su penacho de cintas multicolores, que atrapa la mirada de los asistentes, y suspende un segundo en su vuelo la respiración de los presentes, que se hace suspiro y aplauso cuando se la arrebata al aire, y la atrapa de nuevo en su mano.

  

   Al terminar el espectáculo, que también como el domingo pasado ha convocado en la plaza, aunque es día laborable,  a un buen número de asistentes, continúa festivo el desfile hacia la iglesia. En su interior, bajo sus tres naves, hay mucha gente, más que en un domingo cualquiera, dispuesta a participar en la misa.

  

   Los cofrades ocupan los primeros bancos. Es su misa, la misa que desde hace siglos se viene repitiendo y celebrando este martes de carnaval, víspera del miércoles de ceniza, en esta preciosa iglesia de San Miguel, por las ánimas de los cofrades difuntos.

  

   Este año han muerto tres, pero se la ofrecen a todos los hermanos, cientos de ellos, que se han ido marchando a lo largo de estos más de cuatrocientos cuarenta años, y aunque se hayan olvidado sus nombres antiguos, los que hoy mantienen la Cofradía que ellos fundaron y sostuvieron, y todos y cada uno de los asistentes a la misa, les rezan y hacen memoria, recordando los nombres de los suyos. Por un momento ellos son los protagonistas, los homenajeados, los silenciosos forjadores de la historia y el devenir de nuestro pueblo, el pueblo de mi padre y de muchos de mis abuelos, a los que me siento unido, en deuda, y agradecido por su legado, y es por lo que hoy, respondiendo a algo que es más una vibración, un sentimiento, una emoción, que se hace llamada y convocatoria, estoy aquí y he acudido de nuevo al encuentro de su memoria recordando sus nombres, ésos con los que construyo el árbol de mi historia : Amado, Hipólita, Cipriano, Josefa, Celestino, Baltasar…

  

    Ricardo se encarga de hacer viva y dar sentido a la celebración que nos reúne. Su reflexión es que “hace muchos años, un grupo de vecinos de Vertavillo, en unos momentos difíciles, con la dificultad económica, cultural y religiosa de la muerte, decidieron unirse para afrontar juntos lo difícil, y crearon una Cofradía, una asociación con el otro, como “hermanos”, soluciones comunes frente a problemas comunes… y comprobaron que juntos afrontaban la muerte de los suyos mejor, que rezaban mejor, que se acompañaban mejor, que se divertían mejor… que en “cofradía” la vida era mejor…”

  

  Durante la misa, antes del ofertorio, todos los cargos dan la vuelta por las naves central y de la epístola, al son de la tambora, deteniéndose al pie de la escalera del altar para hacer la colecta, donde el síndico o animero, que es el oficial que tiene a su cargo el “platillo limosnero”, va recogiendo en él los donativos de todos los que acuden a hacer su aportación a la economía de la Cofradía.

  

    Al terminar la misa, a las puertas de la iglesia y alrededor de la plaza, nos concentramos de nuevo para un nuevo revoleo, vuelo de la alabarda, y repique de la tambora. Luego, el local, la sala de la Cofradía, se queda pequeña para acoger a todos los asistentes a los que la cofradía invita a un generoso y bien surtido aperitivo. No falta el vino, el queso, y embutidos, que es lo que por tradición se viene ofreciendo desde antaño, así como otros productos más actuales.

  

     El pequeño gran milagro es que la Cofradía sigue viva, en un pueblo pequeño que, como todos del entorno, pierde población y que en invierno no llega a los cien habitantes de los casi dos cientos que tiene censados. Siendo éste el último relato y testimonio que queda de aquellas Cofradías de Ánimas que existieron en casi todos los pueblos del Cerrato, que la emigración, y consiguiente despoblación, fueron haciendo desaparecer, quedando solamente su recuerdo en algunos documentos que recogen sus estatutos, normas, reglas, y fundaciones, que se encuentran en los libros parroquiales, que el amigo Javier Abarquero ha rastreado, y bien documentado en su libro de “El Carnaval de Vertavillo y las Cofradías de Ánimas en el Cerrato Palentino”.

 

  

   Cuando la sala se queda vacía, hay que recoger, limpiar y preparar para la comida que va a celebrar la “mesa”, y a la que también acudiremos algunos de los setenta y cinco socios, cofrades, o hermanos que la formamos. Como la comida de hermandad es a las tres, aún nos queda tiempo para seguir confraternizando en el teleclub del Postigo, punto de encuentro, reunión y tertulia entre vecinos y amigos.

  

    El lechazo le han asado, en fuentes de barro, en el horno de la panadería de Castrillo de Onielo, de donde  traen el pan que se come en el pueblo. Grandes platos de loza con ensalada surtida le acompañan. El vino es tinto y clarete de la tierra.

  

    La mesa es alargada, y los bancos de madera. Somos un buen grupo y tenemos que apretarnos. El ambiente es cálido, festivo, alegre y cordial. Las conversaciones fluyen solas creando cercanía. Se cuentan historias viejas, se nombra a los ausentes, y se rememoran los tiempos de la infancia y juventud. Se ha desterrado la prisa, y se disfruta del momento, que se estira con el postre, dulce y helado, hasta sobrepasar las cinco de la tarde,  que nos vamos a compartir el café al teleclub.

  

    Estamos de nuevo citados en la sala a las siete de la tarde, para “el rezo, o los rezos”. Es el acto crucial de este martes de carnaval, donde la tradición se cumple, y la Cofradía es fiel a su mandato.

  

    Es tradición revolear, como extensión de la fiesta y del día grande de la Cofradía también por la tarde, entre la comida y el rezo, después de la sobremesa y el café, en el Postigo, junto al rollo, frente a las hermosas vistas del arroyo, el valle, y el monte. Pero esta tarde medio llueve, hace viento, y malo, y no se puede hacer. Otro año será, sin duda, si el tiempo acompaña.

  

    A las siete, ya en la sala, están los que han acudido al rezo. Antiguamente se multaba a los cofrades que no cumplían con esta obligación que mandan los estatutos. Ricardo, el cura, con el cargo de Abad según los estatutos, es uno más entre los que asisten y repiten la fórmula del rezo.

  

    En  la mesa presidencial es Ramiro, el cofrade más antiguo, sesenta años en la Cofradía, quien lo dirige. A su lado Santos, el secretario, va anunciando a los difuntos por los que se va a ir rezando, y la limosna que aporta la familia.

 

     Por último, Claudino es el encargado de ir echando las monedas y billetes de cinco en  el platillo limosnero, un gran plato labrado, dorado y decorado con hojas. De latón y cobre, del que emerge la “tarjeta”, así lo llaman en los inventarios, que le adorna y además sirve de asa. Son tres figuras, una de frente y dos de lado, en posición orante, que se queman entre las llamas.

  

    Situado en el centro de la mesa, los donativos, suenan ruidosos al caer los euros. Detrás de la mesa y de ellos tres,  el gran estandarte de la Cofradía, bordado en dorado sobre fondo negro, con la virgen del Carmen y el niño en brazos visitando y consolando a cuatro personas que penan en el Purgatorio, habla, como libro abierto, del sentir antiguo por el que nació este encuentro y comunitario rezo.

 

   “Por los familiares de… anuncia el secretario, tres, seis, o diez euros”. Y suenan las monedas al caer al platillo. “Padre nuestro… Dios te salve María… Santa María… Gloria al Padre y al Hijo… María, madre de gracia, madre de piedad y misericordia, defiéndenos del enemigo, y ampáranos ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. “Requiem aeternam dona eis Domine, el lux perpetua luceat eis. Requiescant in pace. Amen”. Se va repitiendo una y otra vez a coro por el que dirige el rezo y por todos los asistentes que contestan y completan la oración que él inició.

Por cada familia que encarga el rezo y que anuncia el secretario se repite la fórmula, una o más veces en función de la limosna aportada.

 

   Cuando se acaban todas las intenciones se siente un alivio, y se respira alegría en el ambiente que rompe la tensión y la solemnidad creada por la letanía monocorde, como un mantra, de los rezos. Como de misión cumplida, trabajo hecho, y cierre de ciclo hasta otro año, en que, cumpliendo con la tradición y los estatutos de esta Cofradía, volveremos a recordar y rezar por los que ya no están, y volverán a ondear las banderas multicolor, mientras quede gente que las revolee,  asista a misa por sus muertos y rece por ellos en la sala.

 

   Antes de despedirnos, en animada conversación, tomamos el último trago, la última pasta, comentando el día, hablando de la familia, de los viejos, del tiempo, del frio, y de la vida del pueblo.

 

   Aún había luz del atardecer al entrar en la sala. Ya es noche cerrada cuando salimos de ella a la iluminada plaza que embellece la hermosa portada de la iglesia . Hace aire y frio, pero nos sentimos contentos. Con el pequeño granito de arena que es nuestra presencia, la de todos, la Cofradía resiste y se mantiene viva en el tiempo.

 

   Antes de marcharnos cada uno a su casa, volvemos al Postigo porque Javier quiere proyectarnos en el bar, como fin de fiesta, una colección de fotos antiguas, de cuando había mucha gente en el pueblo, y la Cofradía del Carnaval y las Ánimas vivía su esplendor. Costaba reconocer en ellas a aquellos jóvenes que hoy ya se nos han muerto o se han hecho viejos, mientras éstos intentan poner nombre a los viejos que aparecen de las fotos.