Benito, el pellejero de Población

 

 

Desde muy pequeño tuvo que trabajar, acompañando a su padre en la venta ambulante de especias. También aprovechaban sus viajes para comprar pieles y lana a los pastores y ganaderos (o en los mataderos, donde compraba también rabos y orejas de lechazos) para revenderlo después. E incluso ejerció de tratante de ganado alguna vez.

 

Benito Alonso Blanco nace en Villalón (Valladolid). Con 6 años contrae una enfermedad infecciosa con fuerte fiebre que le provoca una sordera total. Pese a ser operado dos veces, nunca recuperaría la audición. Por ello en Villalón le llamaban “el sordillo”. Su madre se volcó en el cuidado de Benito y de una hermana, también enferma, y lo pagó con su vida (la enfermedad era muy contagiosa).

Tan temprana sordera desarrolló en Benito la capacidad para entender a sus interlocutores leyendo el movimiento de los labios al hablar, aunque para ello tienen que hablarle despacio.

 

Jugando a los chinos trataron de aprovecharse de su sordera. Como sabían de su habilidad para leer los labios, hablaban diciendo las monedas que tenía cada uno, dando datos falsos, pero él no picaba y se convertía en ventaja para él, por lo que ganaba la ronda que estaba en juego, hasta que le dijeron “pero bueno, ¿eres sordo o no eres sordo?, nos estás haciendo trampa”, y él respondió “trampa me queréis hacer vosotros, que estáis en complot”. Y se quedaron helados.

 

Desde muy pequeño tuvo que trabajar, acompañando a su padre en la venta ambulante de especias (comino, orégano, anises, pimentón, pimienta, etc. que la gente usaba en las matanzas). También aprovechaban sus viajes para comprar pieles y lana a los pastores y ganaderos (o en los mataderos, donde compraba también rabos y orejas de lechazos) para revenderlo después. E incluso ejerció de tratante de ganado alguna vez.

 

Desde los 15 años fue él solo. Se pasaba varios meses recorriendo pueblos, siendo destino preferente el Cerrato: Piña de Esgueva, Cevico de la Torre, Valoria la Buena, Población de Cerrato, Dueñas, Baltanás, Espinosa de Cerrato, etc.

 

En sus viajes en caballo o en burro sufría las inclemencias del tiempo. Llevaba mantas y capas para el frío. Cuando llovía mucho se tenía que refugiar debajo de los puentes. Alguna vez se encontró con lobos, etc.

 

En Población de Cerrato se alojaba en la posada de Wenceslao, y aquí conoció a Petra Moratinos, con la que se casó. Aquí se estableció y aquí continúa con el negocio de las pieles su hijo, Miguel Ángel. En el Cerrato se le conoce como El pellejero de Población.

Cuando Petra Moratinos estuvo enferma, ingresada en la residencia de Valladolid, él no podía ir a hablar con el médico, tanto por el horario establecido para ello como por su sordera. Por ello fue con Santiago Collantes (otro vendedor ambulante de Villalón, y amigo íntimo) y para tener noticias de Petra le regalaron al celador de la residencia un queso de los que llevaban para vender, a cambio de que fuese él quien hablase con el médico y luego les informara. Incluso a veces les dejaba subir a la habitación unos minutos pese a no estar en horario para ello (por aquel entonces las visitas estaban muy limitadas). Dado que el ingreso de Petra se prolongó, cuando consideraron que ese primer queso ya había “pagado” los favores del celador, le dieron otro.

 

En sus periplos cerrateños no faltaron anécdotas. En una ocasión, un 1 de enero, fue a Dueñas junto a Santiago Collantes y el padre de este; el ruido de los cascos de sus monturas en la carretera llamó la atención de unas niñas que estaban jugando, y al verlos a los tres envueltos en la espesa niebla, una de ellas exclamó “¡mira, los Reyes Magos!”. Allí se alojaron en la posada que llamaban Carro de Combate, donde comenzó bien la noche, ya que había habido una compraventa de una chopera y las partes lo celebraron invitando a cenar pollo a todos los presentes, pero finalizó mal, ya que les robaron las pieles; sospecharon de la asistenta de la posada y acertaron: amenazaron con denunciarlo a la Guardia Civil y la autora confesó: las había cogido para vendérselas a otro pellejero.

 

En otra ocasión, también en Dueñas, quiso comprar la lana de un colchón pero el dueño quería venderle el colchón entero. Él no quería la funda, por lo que insistió en quitarla antes de pesarlo, ya que la funda pesa mucho y a él no le servía para nada. Al final quitaron la funda y se encontraron con una sorpresa: había un fajo de billetes escondidos dentro del colchón.