Desde la Atalaya (Amusquillo)

 

 

 

La emigración por motivos laborales ha sido una constante en El Cerrato. Puede tomarse como muestra el caso de Miguel Mata González, cuya vida se ha repartido entre Amusquillo y el País Vasco. Pero como su caso, miles.

 

La emigración por motivos laborales ha sido una constante en El Cerrato. Puede tomarse como muestra el caso de Miguel Mata González, cuya vida se ha repartido entre Amusquillo y el País Vasco. Pero como su caso, miles.

 

Miguel nació en Amusquillo el 23 de mayo de 1947. Su padre, Maurino, escuchaba La Pirenaica, Radio París y la BBC, emisoras todas ellas prohibidas, por lo que cuando las ponía salía a la calle para asegurarse de que desde fuera no se oía nada. Y cuando nació María, hermana de Miguel, el 18 de diciembre de 1950, mantuvo una discusión con el cura a cuenta del nombre elegido para la niña.

 

Maurino quería ponerle únicamente María, pero el cura insistía en que debía añadir un segundo nombre (incluso le propuso María de la O, por ser el santoral del día) ya que era obligatorio que todas las mujeres se llamaran María de primero, por lo que debía añadirle un segundo nombre. Pero Maurino se plantó gritando “¡¡he dicho que María a secas!!”.

 

La situación económica de la familia provocó que a Miguel los Reyes Magos le trajeran como regalo naranjas, castañas, higos secos…: cosas de comer.

 

Para ir por primera vez a la escuela, a Miguel le compró su padre un abrigo rojo con botones dorados que tuvo que pagar en especie: se lo compró a la señora Domiciana dándole a cambio una carga de leña, de las que se llevaban encima de un burro.

 

A la escuela llevaba una cartera hecha por su padre con tablas de cajas de fruta y cartón duro de embalar, a lo que añadió un asa y un pestillo. Cuando se le desgastó la suela de las botas, su padre le hizo un remiendo con la goma de una rueda de camión cosida con alambre. Al no quedar bien rematado, los otros niños no querían jugar con él al fútbol porque el alambre les hacía arañazos si les rozaba, por lo que la solución fue que jugara de portero.

 

Sus “desencuentros” con el maestro, don Gabriel, fueron muchos. Un día que había nevado, se entretuvo en el recreo con varios compañeros patinando por las roderas que el coche de línea había provocado en la nieve. Cuando regresaron las puertas de la escuela ya estaban cerradas, por lo que se fueron a la iglesia (al finalizar la jornada escolar era obligatorio acudir a la iglesia) y esperar allí.

 

Mientras esperaban hicieron una bola de nieve enorme y cuando llegaron los compañeros la empujaron escaleras abajo, con gran susto para los niños. Este hecho les costó buenos palos del maestro.

 

Cuando la adolescencia llamó a su puerta, un día, estando con Epi de la Cal, se les ocurrió levantar la falda a unas chicas. Los bofetones de don Félix, el cura, le retumban todavía.

 

Miguel fue monaguillo. En una misa se le cayeron las vinagreras y el cura exclamó instintivamente “adiós, Madrid, que nos quedamos sin vino”, pese a que la gente apenas se dio cuenta ya que en aquellos años la misa se oficiaba de espaldas al público.

 

Llegó un fraile con hábito marrón con capucha y los monaguillos tuvieron que acompañarle por las casas pidiendo limosna “para los hermanos enfermos del convento”. Poco a poco el número de efectivos fue disminuyendo, porque les daba vergüenza ir pidiendo, hasta que solamente quedó Miguel, a quien el fraile le dio tan solo 10 céntimos (de peseta) por haberle acompañado.

 

 

Su hermana Sagrario vivía en Barakaldo. En 1958 regresó a Amusquillo unos días a pasar las fiestas. Fue con una amiga, Olga, y a ésta le entró una enorme colitis, cuyo problema se acrecentaba debido a que en los pueblos no había servicio WC en todas las casas, tenían que hacer sus necesidades en el corral, con las gallinas picoteando. Así que sus padres conminaron a Miguel a ir a por limones y medicinas a Villafuerte, en burro. Al volver, el burro tropezó y Miguel dio con sus huesos en el suelo… y los limones rodaron carretera abajo (Villafuerte está en un alto).

Gran aficionado al ciclismo, Miguel también subió a Villafuerte en burro a ver una carrera que pasaba por allí. Con él iban dos amigos, Manolo y Epi, pero éstos en bicicleta. Al bajar una cuesta se cayeron y se tuvieron que montar en el burro con Miguel.

 

No fue la única vez que iba a Villafuerte a ver una carrera ciclista. En otra ocasión tras llegar a esta localidad, se subió a la muralla para ver bien, y vio que primero pasaron dos escapados y un minuto después el pelotón, pero en éste destacaba un ciclista vestido de paisano. La sorpresa de Miguel fue enorme cuando pudo apreciar que se trataba de su hermano Ismael, también muy aficionado al ciclismo, que se había colado entre el pelotón.

 

Al igual que muchos cerrateños, Miguel Mata tuvo que emigrar. En 1960, con tan solo 13 años se marchó a Barakaldo, a trabajar de aprendiz en una empresa metalúrgica. Cuando llevaba 5 meses quisieron darle de alta en la Seguridad Social, pero no tenía la edad suficiente para poder trabajar, por lo que falsificaron su fecha de nacimiento: la “adelantaron” al 2 de febrero de 1947. A la larga este episodio provocó dudas a la hora de jubilarse.

 

El alta en la Seguridad Social en calidad de aprendiz conllevaba la obligación de matricularse en Formación Profesional. Lo hizo en la modalidad de “dibujo geométrico y de piezas de maquinaria”. La nota de su primer examen fue mala, y él lo justificó en la empresa argumentando que en la escuela en Amusquillo lo que le habían enseñado a dibujar era imágenes de santos y el yugo y las flechas, provocando las risas de los presentes.  

 

Tuvo que soportar las bromas de sus compañeros de la empresa, tales como pedirle que fuese a buscar objetos inexistentes, como un compás de bolas, o una llave de puntas. Y una vez que le pidieron en serio que fuese a por una piedra (una piedra de esmeril, el típico rotaflex), salió al patio y cogió el pedrusco más grande que encontró. Todo ello provocaba la hilaridad entre sus compañeros.

 

Tuvo que acompañar a su jefe a Sopuerta a colocar la barandilla del coro de una iglesia, pero se le olvidaron los guantes y cada vez que tenía que sujetar la pieza soldada le quemaba las manos y la soltaba, lo que provocaba juramentos de su jefe. Miguel le miraba asustado, hasta que el jefe le tranquilizó: “no te preocupes, que esta iglesia todavía no ha sido inaugurada y no está Dios”.

 

En el trabajo se implicó en la defensa de las condiciones laborales, viviendo las vicisitudes de la clandestinidad sindical y política, hasta llegar a ser Secretario General de CC. OO. de Bizkaia.

Siempre iba acompañado de un megáfono, y recordada es su presencia en una manifestación con ataúdes y coches fúnebres para protestar contra la siniestralidad laboral.

 

También se dedicó al deporte. Se federó en ciclismo y jugó al frontón y al fútbol. Junto a su hermano Ismael creó un equipo de fútbol, el Santa Costa; cuando fueron a adquirir la equipación no encontraron los colores inicialmente pensados y como alternativa solicitaron morado y blanco, como el Real Valladolid.

 

Su afición al ciclismo le reportó algún episodio curioso. Por ejemplo las vacaciones de 1963 quiso pasarlas en Amusquillo con su bicicleta para practicar el ciclismo por el Cerrato. Iría con su hermano Ismael y un amigo, Alejandro, todos ellos federados en ciclismo. El viaje le hicieron en tren, y como el día de partida no podían llevar conjuntamente desde Barakaldo las maletas y la bicicleta, decidieron llevar las maletas el día anterior y dejarlas en la consigna de la estación de Bilbao.

 

El día del viaje fueron a la estación bilbaína montados en sus bicicletas, pero llegaron tan justos de tiempo que tuvieron que repartirse las tareas: mientras Ismael sacaba las maletas de la consigna, Miguel y Alejandro facturaron las bicicletas y las montaron en el vagón de equipajes, quedándose ellos en ese mismo vagón pues el tren arrancó ya, sin tiempo para ubicarse en los vagones de pasajeros.

 

Cada vez que el tren paraba en una estación del camino se bajaban del vagón de equipajes y corrían por el andén mirando por las ventanillas a ver si veían a Ismael, pero nada. Y así hasta que en la estación de Orduña les dio por pensar que a Ismael no le habría dado tiempo a montar en el tren y se habría quedado en Bilbao, y además no tenían los billetes pues tenía Ismael los tres. Así que decidieron bajar las bicicletas y regresar con ellas hasta Barakaldo, más de 40 km. Pero Ismael sí estaba en el tren, con las tres maletas y los tres billetes. Así que el día siguiente tuvieron que volver a facturar las bicicletas y sacar un nuevo billete, para viajar de Bilbao a Venta de Baños, y desde allí, montados en la bicicleta, ir hasta Amusquillo.

 

Conoció a una chica, María Jesús, con la que planeó casarse el mismo día que lo hacía su hermana Marina, que vivía en París pero quería casarse en una ermita de Barakaldo. Así que Miguel fue a hablar con el cura, pero no se expresó bien: le dijo “padre, me quiero casar con mi hermana”, y el cura, escandalizado, respondió “uy, por Dios, hijo, no puedes hacer eso”. Aclarada la situación, se celebraron las dos bodas juntas, y las dos parejas se fueron de luna de miel en un coche con matrícula francesa propiedad del marido de Marina, Mario, que es italiano. Al pasar por Madrid cometieron una infracción de tráfico, pero simularon no entender lo que les decía el policía municipal, y este al ver que tenían matrícula francesa desistió de seguir intentándolo.

 

Con María Jesús vivió otra anécdota relacionada con su afición al ciclismo. Se fueron a los Lagos de Covadonga a ver la etapa reina de la Vuelta Ciclista. Cuando estaban durmiendo en la tienda de campaña que llevaron, una vaca metió la cabeza y les cogió la comida que tenían.

 

Miguel revive con regocijo los despistes que jalonaron su estancia en Bizkaia. En una ocasión tras jugar al frontón fue a por el coche mientras sus amigos le esperaban en la puerta del frontón a que les recogiera, pero solo cuando llegó a casa se acordó de que le estaban esperando para llevarlos a casa.

 

En otra ocasión su suegra le encargó recoger una enciclopedia que le había tocado en un concurso y ya de paso comprar algunas cosas en el supermercado. Recogió la enciclopedia y después fue al supermercado, y para colocar en el coche las cosas compradas sacó la enciclopedia y la dejó en la acera. Y allí se quedó.

 

Trabajando en Petronor, solía ir a la factoría en el autobús de la empresa. Pero un día perdió el autobús y tuvo que ir en su coche. Al salir del trabajo no se acordó y montó en el autobús para volver. Cuando se dio cuenta pidió al conductor que parara, para volver a por su coche, pues era viernes y le necesitaba el fin de semana.

 

También con otro coche, esta vez el de su suegro, tuvo un gran despiste. Tenía una clavija que hacía de interruptor del circuito eléctrico, para evitar que se le robasen. Su suegro le prestó el coche a Miguel y tras usarle, cuando volvió a por él donde le había aparcado no le arrancaba, así que llamó a un mecánico. Era simplemente que se había olvidado de poner la clavija.

 

Cuando disminuyó el trabajo en Bizkaia, se marchó a trabajar a Rotterdam, a aumentar la potencia de las grúas de un barco dedicado a montar plataformas petrolíferas en el Mar del Norte. Era un barco enorme (era como una ciudad, con sus calles, cine, bares, salas de recreo, etc.) y tenían que soportar contrastes de temperaturas brutales: de 40º que provocaban las resistencias eléctricas con las que trabajaban, a -20º en el exterior.

 

 

Tras jubilarse, Miguel Mata escribió un libro narrando sus experiencias vitales. Lo tituló “Desde la atalaya”, que es una encina centenaria situada en un alto desde el que se divisan los pueblos de alrededor de Amusquillo y que es donde Miguel, mirando y recordando lo vivido en ellos, comenzó a escribir su libro.