PERICO PAJAS
En muchos puntos del Cerrato, aunque no hubiera Cofradía de Ánimas se soslayaba la prohibición de celebrar el Carnaval y realizaban actividades lúdicas.
Así, en Fombellida celebraban lo que llamaron la merendilla: los chicos preparaban una merienda y las chicas hacían orejuelas de postre.
Merendilla
En Población de Cerrato las orejuelas las llevaban para comerlas a casa de las mozas, que sacaban porrones de vino.
En Palacios del Alcor hacían chocolatada.
En Torre de Esgueva las chicas preparaban una merienda y hacían una tarta… que en muchas ocasiones era robada por los chicos tras saltar la tapia de la casa.
En Torresandino hacían bolillas (un dulce en forma de bola con una masa a base de huevo, azúcar, cáscara de naranja o de limón y esencia de aguardiente), rosquillas y el cagadillo (aceite, azúcar desleído y almendras o cacahuetes). El Martes de Carnaval se disfrazaban con manteos de las mujeres.
Cagadillo
En Población de Cerrato un hombre, Horacio, se puso el abrigo de piel de una mujer, Juliana Ibáñez, y comenzó a andar a gatas dando saltos y aullando como si fuese un lobo. La oscuridad de la noche hizo el resto para que la gente se asustara creyendo que se trataba del ataque de un lobo de verdad.
Ya con anterioridad, durante la República, realizaban el entierro de la sardina de una manera peculiar: a la salida de la iglesia llevaban a un chico en andas y con una sardina en la boca. Llevaban ceniza de los hornos particulares, que habían guardado tras usar el horno para cocinar, y se la tiraban a las mujeres.
En Hérmedes de Cerrato la Guardia Civil acudía (era su obligación) ante una actividad prohibida como las celebraciones de Carnaval. Pero hablaban con ellos y las celebraciones continuaban, camufladas en actividades paralelas.
Por ejemplo el Lunes de Carnaval era la fecha elegida por los quintos para ir con burros con aguaderas por las casas pidiendo comida o dinero para comprarla para hacer una merienda. Una merienda que en realidad era toda la semana comiendo y bebiendo con participación de todo el pueblo, no solo los quintos.
Con el mismo fin se incrementaba en estas fechas la picaresca por la que los jóvenes se las apañaban para coger viandas de las casas y de los huertos ajenos con idéntico fin gastronómico-festivo. Tenían que tener cuidado en las casas para vigilar bien los productos de la matanza, las frutas de sus árboles e incluso las viandas ya cocinadas y preparadas en las cocinas, pues podían llevárselas con cazuela y todo.
Orejuelas
Tras las meriendas realizaban un festejo simulando una corrida de toros. A un trozo de madera grande le clavaban la calavera de una mula o un macho muerto y le ponían encima los cuernos de una vaca. Después se toreaba, con gran expectación de los vecinos. También se corrían las llaves con caballos.
Pero quizás lo más llamativo de estas fiestas era el Perico-pajas. A un chico del pueblo le ponían a la altura de la cintura una especie de muñeco, al que llamaban Perico-pajas, hecho con una chaqueta americana (de las usadas en la mili) llena de paja, unos brazos cosidos por el zapatero a los que se añadían guantes, y una cabeza con careta, de tal forma que al mirarle de frente parecía que el chico iba montado en el Perico-pajas. Pero por la espalda le ponían unos pantalones llenos de paja con unas botas, y un “cuerpo” tapado con un paño, generalmente una falda, de forma que parecía que era el Perico-pajas quien estaba montado encima del chico. Si se le miraba de frente, el chico iba encima del Perico-pajas, y si se le miraba por detrás, era el Perico-pajas el que iba encima del chico, cuando en realidad el chico iba andando normalmente, aunque con toda la parafernalia puesta, y de esa guisa perseguía a las chicas, que escapaban corriendo.