POR LA RIBERA DEL ARLANZA

(Apellido Antón II)

 

 

     

    Ya he escrito sobre ti, Antón, el apellido que llevaba mi abuela Hipólita Antón Escudero, “estirpe de pastores” te llamé.

  

    He encontrado tus orígenes, como el de tantos otros de mis apellidos, en esta comarca del Cerrato, que se extiende, y da sus señas de identidad, por ochenta y ocho pueblos de las provincias de Palencia, Valladolid, y Burgos.

  

    En tu caso, Antón, hundes tus orígenes en los pueblos del valle del río el Arlanza, afluente del Pisuerga, como el Esgueva, y que como éste nace también en la provincia de Burgos, en un “paraje idílico, tranquilo, lleno de paz, y encanto”, llamado Fuente Sanza, en Quintanar de la Sierra.

  

   Aquí, en este frondoso valle que riega el Arlanza, poco antes de llegar al final de su recorrido en Torquemada, nació Cipriano Antón Mata, el abuelo de mi abuela allá por el año 1832.

  

    En su partida de defunción se dice que fue en Quintana del Puente, pero no lo he podido confirmar, porque el 6 de junio de 1808, cuatro batallones franceses que iban camino de Palencia, entraron en el pueblo, atravesaron el puente de dieciocho ojos del año 1562, quemaron la iglesia, y arrasaron el pueblo, dejando la devastación como testigo de su paso, y desapareciendo en el fuego todos los libros sacramentales, que no volverían a escribirse hasta 1852.

  

   No obstante, a pesar del dato del sacerdote que certificó su defunción, es probable que pudiera haber nacido en la villa de Palenzuela, como todos sus antepasados, pues es allí donde se documenta el nacimiento, y bautismo de hasta al menos, cuatro generaciones que le precedieron.

 

Palenzuela

 

 

   Cipriano, sin embargo, será el primero de tus Antón en romper el arraigo, y emprender un viaje que cambiará su vida.

  Cuando dejando atrás el curso bajo del Arlanza, Palenzuela, los pueblos donde se crió y creció, despidiéndose de todo lo que había sido su mundo, y marchándose solo con su oficio en busca de otros pastos, otros rebaños, y otros amos con los que ajustarse de San Pedro a San Pedro, estaba cambiando no sólo su vida, sino también la cuna y el devenir de su numerosa descendencia.

 

 

    

   

   Cipriano fue pastor desde niño, como su padre, su abuelo, y su bisabuelo. Tendría unos veinte años cuando en esa búsqueda de horizontes nuevos se fue a Baltanás, capital de la comarca del Cerrato, donde vivió y ejerció su oficio durante tres años, antes de dar un nuevo cambio a su vida, trasladándose desde el Cerrato palentino, al Cerrato vallisoletano; desde ese pueblo al de Torre de Esgueva, en el valle al que el río da nombre, y hace hermoso. Allí su oficio le llevó a establecerse temporalmente, como lo confirma su partida de matrimonio, que tuvo lugar en este pueblo el 12 de mayo de 1855.

 

   Él tendría unos veintitrés años. La novia, una joven de Fombellida de Esgueva, el pueblo de al lado, a tiro de piedra, llamada Manuela Carrión Reol, tenía dieciocho.                                    

   El día 2 de septiembre del año siguiente nació Juan, el primero de los hijos, que solo vivió hasta el día 15. El siguiente en nacer fue Pablo, también en Torre, el 25 de enero de 1859.

   De Torre de Esgueva, -trashumantes como los rebaños que recorrían las Cañadas desde otras tierras-, dieron otro salto, siempre dentro de los límites del Cerrato, esta vez al valle del Duero, a la margen derecha, donde se asienta junto al río el pequeño pueblo de Olivares de Duero, que corona, al pie del cerro, su preciosa iglesia gótica de San Pelayo, famosa por su inigualable retablo plateresco.

 

   Allí, en Olivares nacieron sus hijos Julián, el 30 de enero de 1862, y Patricio, el 20 de marzo de 1865.

 

   Años más tarde, desandando el camino, volvieron al subir el páramo hacia el norte, bajaron hasta Castrillo Tejeriego, -cruzando el arroyo Jaramiel que da nombre al valle donde se asienta el pueblo-, y dejando a su derecha la ermita de la Virgen de Capilludos, y a la izquierda la iglesia de Santa María Magdalena, erguida al pie de las bodegas, en ese tobogán inacabable de páramos y valles que es el Cerrato, llegaron a Villafuerte de Esgueva, cruzaron en Amusquillo el río, y dejando atrás Castroverde de Cerrato, llegaron por fin al punto de partida, Torre de Esgueva, de donde habían salido unos años antes.

 

   De nuevo en Torre, cerca de la familia de Manuela. Allí nacieron sus hijos: Pedro el 31 de enero de 1868, -murió  con apenas tres meses el 4 de mayo-; Leandra el 16 de mayo de 1869, y Cipriano Antón Carrión, el padre de mi abuela, el 25 de marzo de 1872.

 

 

  

Ayuntamiento de Torre de Esgueva.

 

    Sobre este otro Cipriano, el abuelo de mi padre, ya he escrito nutriéndome de las confidencias de Josefa, su hija pequeña, fallecida este verano en Vertavillo a los noventa y ocho años. También mi padre me habló de él con la añoranza con que hablamos del abuelo, no en vano él fue su primer nieto, y recordaba lo mucho que le quiso, y cómo sentándole entre sus piernas, al volver del campo, le cantaba esta canción, que a él se le quedó grabada, y no olvidó nunca:

 

                        “Entre los ajos/ y ente los puerros/ yo tengo un nido/ de pájaros nuevos/. Ya serán grandes,/  ya serán nuevos,/ ya serán/ pájaros volanderos./ Palomita turcana/ ¿dónde tienes el nido?/ En el culito del niño/ está escondido”.

  

    Estoy seguro que del contacto con su abuelo, en casa de quien se crió sus primeros años, sus cantos y cuentos, le vino a mi padre su gran afición por los pájaros cantores: canarios, y jilgueros, colorines les llamaba; y por los nidos, -con la bicicleta me llevó una vez a enseñarme, como un tesoro secreto, uno de éstos que había descubierto.

  

    También creo que, cuando me hablaba de su abuelo y sus tíos, estaba sembrando en mí, -sin ni siquiera llegar a saberlo y disfrutarlo-, el interés por conocer la historia de la familia, el origen de sus apellidos, la afición por la consulta en los archivos diocesanos; la pasión y el gusto por la genealogía en suma. A él se lo debo.

 

 

   Este Cipriano, abuelo de mi padre, nacido en Torre, recaló, vivió, y ejerció su oficio en Vertavillo al menos desde el 30 de septiembre de 1899, -el día en que se casó-, hasta el 24 de febrero de 1942, que falleció el tío Pacholo, a los 69 años, de insuficiencia cardíaca, y pena insuperable por la reciente muerte de Hipólita, su primogénita, “por quien era ciego” ocurrida tres meses antes, en un mal parto. “Padecía del corazón, llevaba tres años malo; estaba muy fuerte, tenía las piernas muy hinchadas, se ahogaba, y apenas quería levantarse para comer en estos tres meses…”

 

   Volviendo al valle Esgueva, a sus padres, en 1875 Cipriano, y Manuela debían vivir en Fombellida, su pueblo, pues allí trajo al mundo a Valentina, la pequeña de sus ocho hijos, el 19 de diciembre. Su nieta Josefa, mi tía abuela, me contó que esta Valentina, y Leandra, sus tías, recalaron en Valladolid, donde iban muchas jóvenes “a servir”; y que “su tío Pablo venía pidiendo a pie, desde el Esgueva, a Cevico de la Torre, y Vertavillo”.

 

   En Torre de Esgueva, este hijo del campo y de la tierra, curtido por el sol, la lluvia, el hielo y el viento, que vivió su vida en continuo peregrinaje y camino, descansó de sus andanzas y fatigas. Fue el 3 de marzo de 1892. El cura Félix Ramos, beneficiado de la parroquia de San Martín, “le enterró en el camposanto con entierro sencillo, al uso de la parroquia. No pudo recibir los sacramentos por fallecer repentinamente. Tampoco testó por ser pobre”. Después de una vida de tanto trabajo no tuvo nada de qué testar.

 

   Escribí de él hace años, y no puedo sino reafirmarme ahora, que “Cipriano Antón Mata debió ser un gran pastor, experimentado en el oficio que ejerció desde niño.   Conocedor de la tierra, de los caminos, de los páramos infinitos, de los pueblos por los que pastoreó con sus rebaños churros, siempre en busca de los mejores pastos, del mejor amo, de las mejores fuentes, de los buenos abrevaderos y los mejores descansaderos. Protegiéndolos de los lobos en los numerosos corrales, -hoy la mayoría abandonados y en ruinas, que poblaban el monte-. Resguardándose en las frías noches de soledad, en cualquiera de las muchas cabañas de pastor, -piedra sobre piedra, majano habitable y humano-, magníficas obras de arquitectura pastoril que hoy nos dan fe de un pasado importante, herencia de una estirpe de hombres recios, duros, resistentes, esforzados, solitarios, y valientes”.

 

   Volviendo a sus orígenes, sabemos que su padre había nacido en Palenzuela, -la famosa ciudad vaccea de Pallantia que, hasta que la arrasó Pompeyo en el año 74 AC, tanto costó someter a los romanos-. Elevada en la ladera de un cerro, en la margen derecha del Arlanza, alcanzó gran importancia en la Edad Media por sus Fueros, su Alfoz, y capitalidad de la Merindad del Cerrato.  

 

   De su rico patrimonio, que le hizo merecedora de ser Conjunto Histórico Artístico, dan fe sus dos iglesias góticas, la de Santa Eulalia, que aunque en ruinas, su torre, basamentos, y arcos hacen preciosa, y dan idea de su esbelta belleza; y la parroquial de San Juan Bautista. También los restos de la muralla, del castillo, y de las casas blasonadas.

 

Casas de Palenzuela

 

   Se llamaba Esteban Antón González. Había nacido en la madrugada del 10 de abril de 1798, y el cura de la iglesia de Santa Eulalia, José de la Cantera, le bautizó el día 22.

 

   Tenía diez años cuando, en junio de 1808, las tropas francesas, que tenían su cuartel general en Quintana del Puente ocuparon el pueblo, marcando sin duda su infancia, pan y cebolla.

 

   Se casó con una joven del cercano pueblo burgalés de Santa María del Campo, en la comarca del Arlanza, partido judicial de Lerma, a 16 kilómetros de Palenzuela, llamada Vicenta Mata Gento, unos años mayor que él.

 

   Este pasado verano tuve la oportunidad de visitar este monumental pueblo, cuna de la bisabuela de mi abuela, pasear por sus calles, ver una de las tres puertas de la antigua muralla, y admirar la joya de su impresionante iglesia colegiata de la Asunción, una de las más ricas en arte de la provincia, de dimensiones catedralicias, bello claustro, y rematada por la esbelta torre obra de Diego de Siloé.

 

   Aquí, en septiembre de 1507, hizo una parada la reina Juana, y el cortejo fúnebre de su marido, y voltearon las campanas para celebrar el nombramiento al cardenalato de Cisneros que les acompañaba, como testimonia una lápida a la entrada de la iglesia.

 

   Esteban era hijo de Manuel Antón Díez, nacido también en Palenzuela el día de San Sebastián de 1754. El 30 de enero. Diez días más tarde, fue bautizado en la iglesia de Santa Eulalia, por el cura y beneficiado Vicente Benito Bazán. Matías Antón, y María Díez, quizá sus tíos, fueron sus padrinos.

 

   Se debió casar joven este pastor, hijo y padre de pastores, pues el 20 de octubre de 1774, con veinte años, le nació su primer hijo, llamado también Manuel, hermano mayor de Esteban, y sorprendentemente veintitrés años mayor que él.

 

Chozo de pastor en Castrillo Tejeriego

 

 

   Su mujer se llamaba Josefa González Presencio, tendría dieciocho, y era natural de Peral de Arlanza, pueblo del Cerrato burgalés, a seis kilómetros aguas arriba del Arlanza, el último pueblo de esta provincia que riega el río en su cauce bajo, ya en la raya con Palencia. Sus padres eran cada uno de un pueblo próximo de esta comarca, -Valles de Palenzuela, y Villaverde Mogina- lo que nos habla de su itinerancia, y de su más que probable ascendencia pastoril, aunque cuando ella nació eran vecinos y residentes en Pinilla, una granja a tres kilómetros de Peral, ubicada en lo que un día fue el pueblo de Pinilla de Arlanza.

 

   El padre de Manuel se llamaba Felipe Antón Arribas, y como su hijo y su nieto había nacido también en Palenzuela, el 26 de abril de 1730. El miércoles siguiente, 3 de mayo, le bautizó Antonio de Medinilla, cura de la iglesia de Santa Eulalia.

 

   Como todos los Antón que hemos visto buscó mujer fuera de su pueblo, pero no muy lejos, sólo a siete kilómetros, pues se casó con una joven, que al parecer vivía con sus padres en Palenzuela, de donde eran vecinos, aunque era natural de Valles de Palenzuela, el ya mencionado pueblo cerrateño y burgalés que perteneció a su alfoz, como un barrio, o aldea suya.

 

   A los veintitrés años ya eran padres de Manuel.

 

   Y llego ahora a tu ancestro Antón más antiguo, y documentado. Se trata del padre de Felipe, llamado Matías Antón Gradilla, que había nacido en el pueblo donde hemos visto que nacieron sus descendientes, el 20 de febrero de 1688. En su bautismo, el día veintinueve, aparecen tres curas de la parroquia de Santa Eugenia, José Antonio Alonso Pardo que le bautiza; el párroco José de la Peña que le comisiona, y el Licenciado Andrés García, que fue el padrino, con María Cuenca.

 

   No sé si tendrá algo que ver con la ocupación francesa del pueblo, sus estragos, y quemas, pero la realidad es que falta el libro de Matrimonios del 1705, al 1808. Así que no podemos saber si se casaron allí, y la fecha, como nos ocurre con las  tres generaciones posteriores.

 

   En el año 1730, cuando bautizaron a su hijo Felipe, se dice que eran vecinos de Palenzuela, y su oficio era el de guarda del campo, de “ganado mayor”. Era pastor Matías, sí, pero no de ovejas, como lo fueron los que le sucedieron llevando tu apellido, y el suyo, sino de bueyes, yeguas, mulos, y vacas.

 

   Su mujer se llamaba María Arribas Villar, y nos queda por conocer su origen, aunque sí sabemos que sus padres se llamaban Julián, y Josefa.

 

   Matías murió a los cincuenta años, el siete de octubre de 1738, festividad de Nuestra Señora del Rosario, en Palenzuela. Recibió los sacramentos, e hizo testamento ante el escribano Miguel Bamba. Juan Antonio Alonso Pardo, el cura que le enterró, le dijo misa de entierro, y dice que era pobre. Su hijo Felipe tenía ocho años.

 

   De su padre sabemos que se llamaba Juan Antón, y que estaba casado con Catalina Gradilla. No sé si nacieron en Palenzuela, pero sí que eran vecinos de ella, y que como su hijo Matías fueron guardas de ganado mayor en el campo, y que cuando bautizaron a su nieto Felipe en 1730, ya habían fallecido.

 

   Además de Matías, Juan y Catalina tuvieron otros hijos: María, que nació el 26 de septiembre de 1685; Santos el 12 de diciembre de 1694, y Manuela el 31 de mayo de 1696. Por lo que debieron casarse en torno a 1684, y habrían nacido alrededor de 1660. Hasta allí me alcanza lo averiguado de tus antepasados Antón, los ancestros de mi abuela, y mi padre.

 

  Algún libro me aguarda pacientemente, en silencio esperanzado, en algún Archivo diocesano, esperando  una mano que acierte a abrirles por la página adecuada, para seguir contándome los secretos de tus antepasados, tan celosamente guardados, darles vida, y sacarlos a la luz escribiendo su historia.

 

El custodio del Archivo Diocesano de León | Historia & Arte