SAN BLAS EN EL CERRATO
En Armenia existió a finales del siglo III un médico llamado Blas. Ejercía su profesión con tal prestigio que sus pacientes le secundaban incluso en sus creencias religiosas, que manifestaba abiertamente (él mismo era obispo de Sebaste), por lo que muchos de ellos se convirtieron al cristianismo.
La persecución de Diocleciano a los cristianos provocó que tuviera que refugiarse en una cueva en el monte, de donde salía por las noches para echar una mano a otros perseguidos, y en torno a él se tejió una leyenda popular.
Los animales de la montaña acudían a la cueva para que Blas les curase las enfermedades y las heridas provocadas por su vida salvaje. Incluso en una ocasión tuvo que espantarlos para que huyesen, ante la proximidad de una partida de cazadores.
Tras ser detenido, ante su negativa a abandonar su fe y abrazar el paganismo, fue sometido a martirio y condenado a muerte. Primero fue arrojado a un lago, pero milagrosamente permaneció de pie sobre las aguas, por lo que posteriormente se ordenó su decapitación. En el camino al cadalso se le acercó una mujer desesperada porque su hijo pequeño, al que llevaba en brazos, se estaba asfixiando por una espina clavada en la garganta. Blas le curó milagrosamente, tan solo poniendo sus manos en la cabeza del infante e invocando a la divinidad. Este milagro es el que hace que se le considere protector de los enfermos de garganta y patrono del sector de los otorrinolaringólogos.
Su decapitación, en el año 316, desató una oleada de fervor, construyéndose decenas de templos en su honor, y a suceder milagros en forma de curación a los fieles que le invocaban.
El día de su festividad se celebra en febrero, aunque variando de fecha según sea en occidente (día 3) o en oriente (día 11).
Por ello, el día 3 de febrero se bendicen velas en su honor al tiempo que se le invoca para que interceda librando de las enfermedades de garganta. Si algún niño estaba aquejado de garganta las madres imploraban «San Blas bendito, que se ahoga el angelito».
TORTAS BENDECIDAS. El Cerrato no es ajeno a San Blas y varias localidades celebran su festividad. Es el caso de Cubillas de Cerrato, Villalobón, Hornillos de Cerrato, etc.
En Cubillas los cofrades visten con capa castellana durante las tres jornadas que dura la fiesta, en las que cobra especial importancia la gastronomía.
Todas las comidas y cenas se celebraban en el domicilio del mayordomo de la cofradía (aunque en la actualidad se acude a restaurantes de la localidad u otras cercanas).
Se bendicen tortas, para comerlas el día de vísperas junto con castañas cocidas y vino. Para cenar ese día, revuelto de huevos con chorizo y ensalada. Tanto el día de la fiesta como el siguiente, a las 8 de la mañana quedaban para a tomar la parva (una copita de orujo con pastas, tradición heredada de los viticultores que con alambiques hacían orujo y lo tomaban con pan antes del desayuno), almorzar chanfaina y comer cordero. De postre, en todas las ocasiones, orejuelas, mientras se prolongaban las sobremesas con juegos de cartas.
Los monaguillos ese día pugnaban por ser los elegidos para esa función, pues suponía luego tener derecho a acudir al domicilio del mayordomo a comer torta y castañas. Gonzalo Ortega Aragón, cubillero y maestro de periodistas, me lo contó desde las dos perspectivas, ya que primero fue monaguillo y después cofrade.
Para los niños, San Blas era el día de las tortillas. Sus madres les preparaban un fardel con una fiambrera en la que iba la tortilla, un trozo de pan y una gaseosa de las de cierre de bola, y se iban a comerlo al campo.
Por la noche del día de vísperas los cofrades voltean las campanas y a continuación dan tantos campanazos (un único golpe de sonido fuerte) como número de cofrades hay. Ese golpeo, unido a la oscuridad de la noche, confiere una sensación especial. Y el día de la fiesta pasean por todo el pueblo la reliquia («o presunta reliquia de San Blas», en palabras de Gonzalo Ortega Aragón) para besarla.
Hace años al terminar la misa el cura hacía una cruz griega con dos velas y la colocaba sobre la garganta de los feligreses al tiempo que entonaba «Per intercessionem Sancti Blasii». En latín, ya hasta 1962, con el concilio Vaticano II, no estaba permitido el uso de las lenguas vernáculas en los ritos eclesiásticos.
En Villalobón también hay cofradía dedicada a San Blas. Fue fundada en el siglo XVI, llegando a poseer propiedades inmobiliarias y ganaderas. Un hombre apellidado Ibáñez, natural de Vilallobón y participante en los Tercios de Flandes que tenía su base en Nápoles, tras regresar al pueblo instauró la tradición del revoleo de la bandera en estas fiestas.
Tras un tiempo desaparecida, esta cofradía fue refundada en 1898.
Antiguamente, el día de la fiesta acudían en carros tirados por mulas a Fuentes de Valdepero, donde había un horno en que poder elaborar rosquillas, que después un sacerdote bendecía para que al comerlas se protegiera la garganta.
Ya que iban aprovechaban el viaje para hacer también otros dulces y pan.
Cada año, cuatro miembros de la cofradía se encargaban de dar el gasto, que consistía en atender a cuerpo de rey al resto de cofrades: cocinar para ellos, llevarlos al Ayuntamiento, etc. Y atender también a los dulzaineros y a la Guardia Civil (incluso alojándolos en sus casas cuando los rudimentarios medios de transporte no les permitían regresar a sus domicilios).
La fiesta contaba con gran afluencia de gente de pueblos cercanos, que acudían en una especie de romería.
Era típico cocinar besugo para agasajar a los forasteros.
Se hacían procesiones con el santo, tanto nocturna como diurna, revoleo de la bandera y otros actos festivos como pronunciar versos en el salón del Ayuntamiento ataviados con la vara y tocando el tamboril, que aún continúan celebrándose pero en menor medida, entre otras razones porque San Blas dejó de ser la fiesta principal, por ser invierno, celebrándose la fiesta grande al 15 de agosto.
Como hecho curioso, en 1925 un incendio en la iglesia destruyó el altar y muchas imágenes, pero la de San Blas quedó intacta, lo que dio pie a que se hablara de un milagro obrado por el santo.
En andas al sr. Emeterio. En Hornillos de Cerrato, donde también son típicas las rosquillas y las orejuelas, se saca una imagen de San Blas del siglo XVIII en una procesión en la que los dulzaineros van a buscar al cura, los danzantes visten camisa caqui y pantalón de pana y participa un birria con cintas y un rabo de toro que va marcando el ritmo de la danza.
Antiguamente los quintos eran los encargados de contratar y pagar a los músicos, para lo que previamente iban pidiendo por las casas.
En la misa se besa la reliquia del santo (un dedo).
Durante varios años, en la década de los 30, los mozos pasearon en andas al señor Emeterio, que adoptaba la pose de San Blas, mirando y apuntando al cielo con un dedo. Este hombre era el tambor de la cofradía de ánimas y se decía que tenía poderes, ya que cogía las brasas con la mano y pisaba las hogueras sin quemarse.
Más recientemente, en los años 60, José Luis Esteban, Pepín, de Baños de Cerrato, al que siempre se le dio bien la pintura, y las bromas, acudió junto con sus amigos a Hornillos a la fiesta de San Blas con unos billetes de 100, 500 y 1.000 pesetas pintados por él con un realismo tal que costaba cerciorarse de que no eran de curso legal.
Había caído una gran nevada, muy propio de aquella época, y contactaron con José María, el taxista, para que los llevase y más tarde volviera a recogerlos.
Jugando al bote de los arquilleros perdieron todo el dinero que llevaban (el legal), por lo que decidieron regresar a Baños, pues no les quedaba ni para pagar el taxi a José María. Pero entablaron conversación con unas chicas que les insistieron para que se quedasen al baile. Entonces Pepín exclamó «¡¡será por dinero!!», sacó los billetes pintados y comenzó a quemarlos. La gente, creyendo que era dinero de verdad, comenzó a decirles «¿qué hacéis?, estáis locos, ¡¡con lo que cuesta ganarlo!!».
Por aquel entonces estaba en pleno apogeo el torero de masas Manuel Benítez El Cordobés, y dado el parecido de uno de los chicos con el diestro (pelo rubio, facciones similares…) se les ocurrió decir que eran familia de El Cordobés y por eso tenían tanto dinero, de ahí que no les importaba quemarlo.
Tan reales eran los billetes que un chico de Soto de Cerrato que estaba en el baile en Hornillos cogió uno de 1.000 pesetas que se había quemado solo un poco y lo guardo, creyendo que era de curso legal. Pocos días después fue a Venta de Baños a llevar remolacha a la azucarera, se encontró con Pepín y le dijo: «Te tengo que dar un billete que cogí en Hornillos el día de San Blas, le tengo en casa ¿estabais borrachos todos o qué os pasaba?, porque eso que hicisteis…». Pepín le respondió: «No te preocupes, quédate con él y le miras bien”.