CERRATO INSOLITO
DUENDES EN ALBA DE CERRATO
Isidro de Merlo y Quintana fue un labrador mozárabe, nacido y fallecido en Madrid (1082- 1172), que trabajó de jornalero para diversos terratenientes y al que se atribuyen varios milagros en vida y otros más póstumos, por lo que fue beatificado en 1619, canonizado en 1622 y declarado patrón de los agricultores por una bula del papa Juan XXIII en 1960. En virtud de esto último, se le invoca en las rogativas por la lluvia.
Los milagros que se atribuyen en vida los recoge un códice y son:
Milagro del molino, por el que multiplicó el trigo para las palomas hambrientas.
Milagro de los bueyes, por el que cuándo él dejaba las labores agrícolas para ponerse a rezar la tierra seguía siendo arada. Los bueyes o incluso los ángeles serían los encargados de hacerlo por su cuenta.
Milagro del lobo, por que mediante rezos salvó a su jumento del ataque de un lobo.
Milagro de la olla, por el que multiplicó la comida de una olla metiendo un puchero en ella.
Milagro del pozo, por el que salvó a su hijo de morir ahogado tras caer a un pozo, logrando mediante rezos que el agua subiera lo suficiente para poder rescatarlo. Su hijo sería posteriormente San Illán.
Milagro de la Cofradía.
También se le atribuye a su cuerpo incorrupto poderes sanadores, a los que accedieron diversos reyes como Felipe II (siendo aún príncipe), Felipe III, Carlos II o María Amalia de Sajonia. Este supuesto cuerpo incorrupto sufrió mutilaciones: una dama de Isabel la Católica le arrancó un dedo de un pie de un mordisco y un empleado de Carlos II le arrancó un diente que el monarca guardó bajo la almohada toda su vida.
En Alba de Cerrato existe una casa, conocida como “la casa de los duendes”, o “casa de las brujas”, con una leyenda basada en uno de esos milagros, el de los bueyes. Los portalones de esa casa aparecían arados sin que aparentemente nadie lo hubiera hecho, lo que se atribuyó a la presencia de brujas y duendes. Esta leyenda motivó que sus propietarios instalaran en el piso superior una barandilla (“barandilla de los duendes”) con solo dos puntos de apoyo en la pared para poder abatirla por las noches tapando así todo el hueco de la escalera y que nadie pueda acceder al piso de arriba, que es donde están los dormitorios, en cuyas puertas además pusieron chapones y barras cruzadas y ancladas a la pared, para blindarlas. Se dice que todo ello era para cerrar el paso a los duendes y brujas y así poder dormir tranquilos, aunque en el fondo también iría destinado a impedir el paso a cualquier intruso humano.
Muy cerca de esa casa hay otra sobre la que planeó la sospecha de albergar duendes. En ella se alojaba los veranos una familia sevillana que venía de temporeros a recoger la paja que se generaba en la recolección del verano. La compraban, la empaquetaban y se la llevaban para venderla. Para ello alquilaban esta casa y en ella se alojaba toda la familia, pues mientras los hombres iban al campo a recoger la paja las mujeres atendían la casa y preparaban la comida.
Un día las mujeres comentaron a los vecinos un tema que les tenía aterrorizados: “qué miedo pasamos algunas noches, tiene que haber duendes en el desván pues cuando estamos en la cama y está todo en silencio les oímos correr por el desván. Hemos subido con una linterna pero no vemos nada; sin embargo cuando nos volvemos a la cama otra vez se les oye”. Dos vecinos, Juan José García y Alfonso Mélida, cogieron una linterna y subieron al desván de la casa a ver si veían algo. En principio no vieron nada, pero finalmente percibieron en un recóndito rincón del desván una familia de lechuzas, la madre y varias crías, y les dicen “asomaros y mirad, ahí están los duendes que decís”.
Precisamente estos andaluces venían a Alba porque les conoció Juan José García cuando iba a Andalucía a recoger remolacha. Trabaron amistad y les dijeron que en Alba podían venderles paja.
Esa casa ya tiene nuevos propietarios, no se alquila en verano, pero de vez en cuando aparece la puerta del desván abierta pese a haberla dejado cerrada, o el ventanuco abierto cuando le dejan cerrado, o cerrado incluso con pestillo cuando le dejan abierto. Y se siguen oyendo ruidos. Seguro que alguna explicación existe.
Como seguro que alguna explicación también existe, pero que sin embargo nadie ha encontrado, para otros episodios como los siguientes.
Hace años, Alfonso Mélida hacía la matanza solo al no disponer de ayuda. Para ello cogía a los cerdos y les colgaba de una pata de la pala del tractor para poder clavarles el cuchillo. En una ocasión el cochino al atarle pataleó y le tiró las gafas. Ante el peligro de que las gafas se rompieran o incluso se le pudieran clavar los cristales en los ojos, a partir de entonces Alfonso cogió el hábito de quitarse las gafas antes de coger al cerdo y dejarlas encima de un frigorífico que tenía en la nave y que usaba para guardar las medicinas de uso veterinario para los animales.
En una ocasión se quitó las gafas, las dejó como siempre ya de forma instintiva encima del frigorífico, mató al cerdo y cuando fue a coger las gafas no estaban allí. Las buscó por todos los sitios. Miró bien detrás del frigorífico por si se habían caído o las había tirado algún gato. Miró por la rejilla para el gas que tienen los frigoríficos en su parte posterior. Miró por los alrededores. Pero nada de nada. Confiaba en que algún día aparecerían, pues en algún lado tendrían que estar, por lo que estuvo un mes sin gafas esperando que aparecieran, pero finalmente tuvo que comprar otras porque no aparecían. Hasta que cinco o seis años después aparecieron las gafas… encima del frigorífico, a la vista, donde las había dejado, y las faltaba un cristal.
En la misma nave ocurrió otro suceso inexplicable: su hijo, Alberto, le preguntó a Alfonso que porqué había quitado un grifo que tienen allí para el suministro de agua. Ante la insistencia del niño, miró y efectivamente el cabezal del grifo estaba en el suelo. Pensó que la rosca que sujeta el cabezal estaría oxidada y podrida y con el peso se habría caído, pero miró y se encontraba en buen estado. De hecho lo volvió a enroscar y ahí sigue, sin problemas muchos años después.
Los “sucesos” en esta nave parecen no tener fin. La última, por ahora, es que los perros que hay en ella aparecen de vez en cuando dentro de unas cochineras que están cerradas y son lo suficientemente altas como para que no puedan entrar. ¿Cómo lo hacen? Misterio sin resolver.
Cerca de allí, Mari Sol García y José Antonio Herrero tenían 6 conejos en una jaula totalmente cerrada. Un día, misteriosamente, solo había 5. Buscaron el otro por todos lados, pero ni rastro. Hasta que días después apareció encima de la jaula, que seguía cerrada. Otro misterio que relata este matrimonio, también relacionado con animales, es que a los pocos días de parir una cerda aparecieron todas las crías de la camada muertas junto a un regato y en fila, como que alguien las hubiera colocado así a propósito.
Será que los duendes en Alba de Cerrato son como las brujas en Galicia. Que nadie los ha visto pero haberlos, haylos.