CERRATO INSOLITO
SAN CASIANO EN VILLAVAQUERIN
En tiempo inmemorial, un día de Santa Cecilia (22 de noviembre), fiesta en Villavaquerín de Cerrato, apareció por esta localidad un hombre de largas barbas y ataviado con una capa. Hay quien sostiene que se trataba de un mendigo. Otros le identificaron con un maestro muy serio, jorobado y que destacaba por su fealdad.
Sea como fuere, no se le volvió a ver, pero el recuerdo provocó que en los años siguientes por Santa Cecilia los jóvenes de Villavaquerín decidieran imitarle disfrazándose para parecerse a él. Y le pusieron nombre: Casiano.
Se fue institucionalizando y cada año un chico era paseado durante las fiestas en una carretilla o en un burro, vestido con una capa parda o una gabardina vieja, un sombrero y un bastón.
Esta tradición se perdió momentáneamente, pero en 1979 se retomó.
Para darle más relevancia se trasladó de fecha: en Santa Cecilia hace frío y hay poca gente en el pueblo, por lo que se realiza en las fiestas de la Virgen del Prado. Aunque el día 8 de septiembre es la fiesta grande, es el día siguiente cuando se celebra el acto más emblemático: el desfile de San Casiano (un santo profano).
La participación popular comienza mucho antes: en cada edición un colectivo (las solteras, los solteros, las casadas, los casados, etc.) se encarga de la organización. Antiguamente iban por las casas animando a los demás a participar y pidiendo dinero para poder pagar más días de música y fiesta.
El día 9 de septiembre se disfraza a un chico o una chica con capa negra, peluca gris, barba, gafas de sol, sombrero o gorro y cachaba, y se le pinta la cara de negro. De esa guisa nadie, salvo su familia y las personas que le disfrazan, saben quién es.
Otros cuatro jóvenes del pueblo le portan sentado en andas. Al llegar a la plaza del Ayuntamiento, los vecinos le lanzan agua, serpentinas, harina…; antes tiraban también huevos, espuma, mostaza, ketchup, higos, etc. Durante esta “procesión”, amenizada por dulzaineros, las mujeres van con cribas llenas de pastas que ofrecen a los espectadores a cambio de un donativo para obras sociales.
La “procesión” finaliza tirando al protagonista al pilón o al arroyo. Con el agua se despoja de la pintura y de los disfraces y así se desvela su identidad.