ASTUDILLO “CONFÍN DE HIDALGAS TIERRAS”
La primera vez que conocí Astudillo fue hace unos veinte años. Estaba haciendo, desde Alar del Rey, el Canal de Castilla en bicicleta. Después de hacer la primera noche en Melgar de Fermental, llegué el segundo día a Frómista, donde el Canal y sus cuatro esclusas se encuentra y entrecruzan con el Camino de Santiago. Desde allí, pedaleando hasta Santoyo, donde me sorprendió y admiré su imponente “catedral”, llegué a este pueblo de nombre tan sonoro. Paseé por sus calles, visité sus iglesias, y quedó su recuerdo, durante años, dormido en un rincón mi memoria.
Panoramica desde las bodegas.
He ido viniendo después intermitentemente otra media docena de veces. Cada vez le he disfrutado más, le he conocido mejor, me ha gustado más que la anterior, y me marché con el deseo de volver de nuevo, y si fuese posible acompañado, para gozarlo y mostrarlo a la familia, y amigos.
Hoy y ahora, en esta tarde de últimos de agosto, suenan las cuatro por dos veces en el reloj del ayuntamiento. La Plaza Mayor está silenciosa y vacía en contraste con el bullicio y ruido de hace apenas una hora, cuando sus gentes llenaban las terrazas a la sombra de los plataneros, y en los bancos de madera conversaban descansando hombres y mujeres, y su alargada estructura de frescos soportales era un incesante y sonoro ir y venir, apresurado o tranquilo por esta plaza, centro neurálgico del pueblo, lugar de encuentro, paso, y confluencia de sus calles, empinadas las más y llanas las otras, las de debajo de la plaza.
Frente a mí hay cuatro casas de ladrillo con balcones de hierro, que sostienen porticándolo trece robustas columnas de piedra. En la pared lateral, un viejo cartel publicitario de una conocida marca de bombillas en cerámica, de la época de mi infancia, resiste al tiempo. Hay comercios: un bar, el estanco, una carnicería, un estudio fotográfico, una tienda de telas, como evocando la importancia que tuvieron las fábricas de paños y telas en el siglo XVIII, y la oficina de turismo que desde hace quince años Marisa atiende incansable, eficiente y atentamente. A mi espalda más soportales, y junto a cuatro grandes plataneros cinco brillantes acebos donde ya van madurando sus racimos de bayas verdes a rojas; a continuación, con su elegante campanil, la Casa Consistorial que muestra con una pancarta en el balcón el orgullo de tener un campeón en la persona del velocista y atleta olímpico Óscar Husillos, hijo del pueblo. A la derecha contemplo la mole armoniosa de la iglesia de santa Eugenia, su torre y su pórtico con arcos en la que dan sombra tres abetos rojos, picea abies o falso abeto, que es templo y museo. Obra de arte y archivo. Historia y memoria de la vida de este pueblo hermoso, que hace años fue localidad importante y notable, que hoy se siente orgullosa de su pasado, y lo muestra y recuerda feliz, y muy dignamente al visitante.
Iglesia de Santa Eugenia.
Enclavado al pie de la ladera repoblada de uno de los últimos montes del Cerrato, que como es común pueden alcanzar los 900 metros, y protegido al este por sus páramos calcáreos coronados por docenas de gigantescos molinos eólicos, el valle se extiende plano e inmenso en un mar de campos hacia el norte y el oeste. Sí, aquí desaparece y termina el Cerrato y comienza Tierra de Campos.
Astudillo, donde tuvo también importancia la alfarería, -Félix, el último alfarero cerró en los años ochenta-; y hubo tejeras, y más de doscientos lagares, fue declarado Bien de Interés Cultural, con categoría de Conjunto Histórico Artístico, es uno de los municipios más extensos de la provincia. A 780 metros de altitud, es frontera de estas dos comarcas, resultando el suyo un paisaje de contrastes entre terracampino, y cerrateño. Entre la planicie cerealística de los Campos Góticos, y las onduladas cuestas, cerros, mesas y parameras cerrateñas.
Su configuración urbana en forma de ronda circular, y el entramado reticular de sus calles estrechas, con sus casonas solariegas; grandes y nobles casas, y recogidas plazuelas confluyendo en la Plaza Mayor, nos hablan de una población que estuvo amurallada, -aún es visible algún resto de su paño-, hasta principios del siglo XIX, y que se va descolgando a los pies del cerro de la Mota, donde se ubicaba el castillo hoy en ruinas, pero visita indispensable para tener las mejores vistas del pueblo, su paisaje, y su entorno.
Plaza Mayor de Astudillo
Las calles “Subida al castillo”, y“Subida a las bodegas” nos llevan a este cotarro donde podemos contemplar estas ruinas. “De la antigua edificación defensiva del siglo XV solamente se conservan restos de su muro, y de dos torreones circulares situados en los extremos”, y de las seis puertas que tuvo su muralla, -Revilla, Santa Eugenia, San Pedro, Santa Clara, Santoyo, y San Martín-, solo quedan los esbeltos restos de esta última puerta en lo alto del pueblo, y un torreón junto a las tapias de las Claras.
Bodegas
Desde la Mota, a nuestros pies, se extiende apretado el casco urbano, invisibles sus calles bajo el manto gris, y rojo pálido de sus relucientes tejados. Son visibles sus tres iglesias: Santa Eugenia, en la Plaza Mayor, donde a través de las diferentes reformas llevadas a cabo a lo largo de los siglos, predomina el estilo renacentista, si bien aún conserva elementos góticos apreciables; y las dos góticas: San Pedro con su esbelta espadaña entre las calles Olvido y Juan de Tapia, -el cura astudillano que como el famoso cura Merino burgalés combatió a las tropas de Napoleón-, y Santa María, anexa al que fuera colegio salesiano, en activo durante más de ochenta y cinco años, desde que se fundó en 1925 hasta su cierre en 2011. Hoy es un albergue que ofrece su servicio al visitante, y sede de la Asociación de Antiguos Alumnos. San Pedro en invierno, y santa Eugenia en verano se turnan en el servicio parroquial. En Santa María anima la misa dominical el Coro Rondalla salesiano.
Más allá, desde esta atalaya diviso las tierras llanas recién cosechadas, las carreteras, los páramos, alguno de los antiguos palomares, que fueron medio de riqueza y recursos de esta comarca hoy abandonados, y sobre un cerro hacia el noroeste la ermita del Cristo de Torre Marte, único vestigio de la despoblada villa de Torre, que fue del alfoz de Astudillo, y donde el primer domingo de mayo se celebra en su campa una romería. Y muchos eólicos… Y más a lo lejos, entre la bruma de la distancia donde se pierde la vista, se divisa la Montaña Palentina, y sus cumbres.
Mucho más cerca, a mi lado, rodeando como en apretado abrazo al cerro, y descendiendo escalonadas desde el castillo hacia el pueblo por las plazas Lagarejo, las Zarceras y la calle Lagarón, se abren hacia las entrañas del cotarro las bodegas, seña de identidad de Cerrato, y sus pueblos, y testigos de la importancia que en tiempos tuvieron la vid, y el vino en esta comarca. Además de las ciento sesenta y una bodegas que forman como en otros pueblos auténticos barrios, con su compleja y laberíntica red de pasadizos, y las esbeltas chimeneas de las zarceras, hay en Astudillo una red de más dos kilómetros y noventa galerías que recorren el subsuelo. Con orígenes en el siglo XIII, a seis metros bajo tierra, y una temperatura de entre nueve y doce grados, son pasadizos de sillería con bóvedas de cañón, de origen y finalidad desconocidos, aunque cuando tuve la ocasión de visitar, admirar y sorprenderme con el pequeño tramo de los “Manguis” que se muestra al público, vi que se les daba la finalidad de bodega, merendero, y local de peñas. Precisamente sobre “Astudillo y su arquitectura hipogea” tiene publicado un libro Gonzalo Alcalde Crespo, historiador, fotógrafo, escritor cerrateño, y padre del Museo del Cerrato de Baltanás, fallecido recientemente.
Fiesta del Voto de la Villa
Desde la Mota, al otro lado del pueblo, detrás del colegio salesiano, no es visible el Real Monasterio de Santa Clara, quizá el monumento más importante de la localidad, que fundó en la segunda mitad del siglo XIV María de Padilla, con una iglesia gótico mudéjar donde destaca su artesonado y las yeserías del coro. Hay que acercarse al Arco de San Martín para verlo en toda su amplitud desde la altura en que se levanta esa Puerta. Desde allí son visibles la iglesia, y la cerca que rodea las huertas y el monasterio, donde habita una comunidad de monjas clarisas. Adosado al mismo está el palacio en dos alturas, fachada con ventanas lobuladas, y puerta adintelada de estilo granadino que se edificó su rey amante, Pedro I de Castilla. De estilo, formas y decoración islámica, hoy es un inmenso museo con multitud de obras religiosas de los siglos XIV al XXI, que en otra ocasión una de las “jóvenes” religiosas del monasterio nos enseñó amable, entusiasmada, sin prisa, y muy atentamente.
A tres kilómetros del pueblo por el noreste, y de norte a sur, desciende el Pisuerga hacia Torquemada camino de Valladolid. Le cruza un viejo puente medieval, de unos doscientos cincuenta metros, y creo que quince ojos, algunos cubiertos de vegetación, y reconstruido en 1779 reinando Carlos III, según se lee en una inscripción a la entrada, que el desvío de la carretera a Castrojeriz, y el puente nuevo, han convertido en un lugar frondoso, acogedor y fresco, que invita al esparcimiento, paseo y baño. Unos pocos kilómetros aguas arriba, en el Puente Fitero, hito significativo del Camino de Santiago Francés, el Pisuerga hace de límite entre las provincias de Burgos y Palencia, con Itero del Castillo, y Castrojeriz por el este, viniendo de Burgos, e Itero del Camino, Boadilla y Frómista yendo hacia Carrión de los Condes al otro lado del río por el oeste.
He comido en el pueblo, me he sentido pequeño en la majestuosidad de su plaza, he subido a la Mota, y hasta las cinco que abren la iglesia me pierdo sin prisa por el laberinto de sus calles y plazas. Junto al arco de San Martín está la “Plaza de los Toros” un amplio espacio cuadrangular rodeado de acacias y un sauce llorón, que evoca lo que fue en tiempos, y habla de la gran afición taurina que siempre tuvo el pueblo, y que se hace patente en su escudo, donde figura la cabeza de un toro.
Castillo de Astudillo
Bajando me sorprendo al encontrarme con la calle dedicada a mi ilustre paisano D. Pedro Monedero Martín, preclaro hijo de Cevico de la Torre, mecenas, filántropo, fundador en su pueblo del asilo precisamente llamado de Santa Eugenia. Quizá sea una muestra de reconocimiento, y agradecimiento de Astudillo al deseo, expresado en su testamento, de que los de este pueblo, con los de Cevico, Alba, y Hontoria tienen preferencia para ingresar en su benéfica fundación. También tiene otra calle su primo D.Fernando Monedero, heredero único fiduciario, y albacea suyo. A Cevico y Astudillo, a quienes separan más de cincuenta kilómetros, les percibo sin embargo cerca y unidos por D. Pedro, su legado, y su memoria.
En la calle Hijas de la Caridad, está la residencia de mayores, un edificio del siglo XVI que fue el antiguo Hospital de la villa dedicado a San José, con un patio y un pozo en el interior, y puerta principal con arco de medio punto, y una hornacina con la figura del santo.
Paseando hacia las afueras, en un extremo de la Ronda, donde estuvo la Puerta de Santoyo, está el monolito erigido en 1968 para recordar la comentada confluencia de comarcas en Astudillo. Por la calle Ancha llego a la coqueta Plaza de San Vítores, y por la de las Puertas de San Pedro a la Plaza de Larache, rodeada de grandes casonas de piedra y ladrillo, con un pequeño jardín muy bien cuidado, dentro del cual un decorado monolito recuerda a dos personajes célebres nacidos en esta plaza. Se trata de Alejandro Mieres Bustillo, pintor y artista plástico, y de César Muñoz Arconda, escritor español perteneciente a la Generación de 1927, y a la literatura española en el exilio, donde murió. La Casa de Cultura, donde está la Biblioteca, inaugurada en 1987, lleva su nombre. Como se ve este pueblo no olvida a sus hijos ilustres, y los hace visibles, y recuerda en sus calles, con monumentos y placas conmemorativas, y de gratitud.
Pozo de la Cruz.
Ya falta poco para que abran la iglesia, y me voy acercando a ella por la Plaza del Pozo de la Cruz, jardín, pozo y gran cruz de piedra encima, Por la calle Tenerías, llego a la de Escuelas Viejas. Ahí están ellas, sobrias, recias, austeras, rojas de ladrillo, y blancas de piedra. Ahora son un Centro de Día con un gran salón de usos múltiples, una Guardería con su Parque infantil, y el Consultorio médico entre las acacias de la calle Nueva y la pared norte de la iglesia de Santa Eugenia en la calle Canónica. La campana del reloj de la Plaza empieza a dar las cinco, la hora que Andrés el párroco me dio para poder acceder al archivo parroquial, ubicado en un gran armario en el coro que guarda y custodia, muy bien ordenados y catalogados, todos los libros sacramentales de las tres parroquias, cuyo deseo consulta me ha traído hoy de nuevo a Astudillo. Inés, la joven encargada llega para abrir la iglesia.
En mi árbol genealógico, entre mis antepasados me han aparecido dos mujeres casadas con sendos maridos astudillanos, entre finales del siglo XVII y principios del XVIII en dos pueblos cerrateños del valle Esgueva.
En su búsqueda vengo, y el descubrir a unos ancestros que salieron de este pueblo para asentarse en otros lugares, ha motivado esta nueva ilusionante visita a un lugar querido y frecuentado, donde sin saberlo he descubierto que tengo raíces lejanas y perdidas en el tiempo sí, pero cuyo recuerdo y memora quisiera desempolvar, de alguno de esos libros de bautismo donde estarán esperando el momento en que alguien, algún día, recupere, escriba y documente su nombre rescatándoles del sueño del silencio, la desmemoria, y el olvido.
Puerta de entrada a Astudillo