ESTAMPAS CERRATEÑAS

 

 

       Por los cuatro confines de Castrillo Tejeriego

 

 

 

 

 

 

 

   Mi amigo Alfonso venía unos días a su pueblo a mediados de Agosto, y venía con muchas ganas de andar,  recorrer algunos de sus lugares, y visitar espacios enganchados a su memoria, pendientes de un nuevo reconocimiento.

 

 

1.- Hacia el ESTE

 

 

 

   El viernes por la tarde, desde Cevico recorrí los veinticinco kilómetros que separan nuestros pueblos, para acudir a su reencuentro. Primero Alba de Cerrato bajando el portillo, y al otro lado de la linde que subiendo al páramo divide las dos provincias, el amplio valle del Esgueva con Amusquillo y Esguevillas pegados al río; y Villafuerte en la ladera que domina el castillo al pie de la paramera, que hacia el sur se vuelca sobre el pequeño valle del arroyo Jaramiel, donde a los pies de su iglesia parroquial se extiende el pueblo, su pueblo, Castrillo Tejeriego.

 

   La tarde estaba ya crecida cuando salimos por el camino de la ermita hacia el este, que llaman de Jaramiel, antiguo Camino de la Granja, aguas arriba del arroyo que corre a nuestra derecha. “La reina de las ermitas” y su Virgen de Capilludos nos miran desde el pequeño altozano en que se asienta mirando al valle, a nuestra izquierda. El camino llano se estira y serpentea por un valle estrecho hasta donde baja y se mete la ladera sur del monte de Villafuerte, antes llamado Correntido.

 

   A la derecha, por encima del arroyo, en el cotarro de Gramales, Alfonso me hace ver la Cruz de Desiderio, aquel joven de veintiún años al que un rayo mató el 10 de mayo de 1895, cuando regresaba a casa de trabajar en el campo viendo la tormenta que se avecinaba, tal como nos cuenta en su Blog de historia. Estaba caída en el suelo, pero el infatigable Arturo Urdiales la ha vuelto a poner de pie, con la inestimable ayuda de José Carlos de la Fuente y su tractor.

 

 

   Un poco más adelante vemos varios corzos a ambos lados del camino comiendo en los rastrojos, que emprenden veloces la huída cuando nos ven. El arroyo discurre ahora por nuestra izquierda, al pie de la ladera. Fueron tierras éstas donde se dio mucho y bien el cultivo de la remolacha trayendo prosperidad a la gente hace ya algunos años, me cuenta.

 

Alfonso se fija y reconoce una formación pétrea y rocosa, que aflora como un gran muro o pared natural pegada a la orilla izquierda del camino, lo llaman Las Peñuelas, y se extiende durante un buen trecho. Vemos algún corzo más, cerca del arroyo antes de ver más adelante lo que fue el caserío de Jaramiel de Abajo hoy abandonado. Más arriba, hacia los Piñeles, están las fincas de Jaramiel de Arriba, y Montealto.

 

 

   Como la tarde se va yendo a la noche, nos volvemos al pueblo sin acabar de llegar a las edificaciones que tenemos enfrente. Caminamos ahora hacia el oeste con el sol poniente frente a nosotros, y el regalo de una bonita y ardiente puesta de sol. Antes de llegar se ha hecho de noche, y el pueblo nos recibe con sus luces, cuando el pequeño, silencioso y silvestre valle del Jaramiel queda envuelto en las sombras en esta oscura noche de julio a nuestra espalda.

 

   Por Esguevillas regreso a casa, con el cuidado y atención que requieren los frecuentes episodios de arrollamientos de corzos en la carretera al amanecer, y de noche.

 

 

 

 

2.- Hacia el OESTE

 

 

 

 

 

   Al otro día, cuando regreso a Castrillo desandando el camino, en la paramera de Alba me sorprende y se me regala una esplendorosa salida del sol. Estamos convocados en El Caño a las ocho por la Asociación Cultural de Castrillo Tejeriego, para hacer una ruta hasta el chozo y corrales de Taragudillo. Nos la ha preparado Arturo, y nos juntamos un numeroso y variopinto grupo de personas, más de treinta.

 

Salimos del pueblo por el Camino de la Vega, hasta coger el camino de Valdecarros y subir por El Prado, acompañando al cauce del Jaramiel hacia su desembocadura en el Duero en Tudela. A este prado se le conocía antes como el Prado de Mazariegos, porque por aquí pasaba el camino que iba a dicha villa atravesando el Jaramiel por el Puente del Molino, y subiendo por el collado del mismo nombre hasta Carrapiña. Mazariegos estaba en el valle del Esgueva, aguas debajo de Piña. Hoy sólo queda, visible desde la carretera, la espadaña de la iglesia.

 

 

   El campo son rastrojos, alguno ya removido. Hay alguna remolacha que riega un motor ruidoso con el agua de un pozo, y también varias y extensas plantaciones de girasol todavía hermosamente florecidas. La marcha, animada y alegre, se va estirando en pequeños grupos que caminan en animada conversación. Una línea de árboles un kilómetro más abajo nos marca la raya con la Sinova. Por allí baja el arroyo del Chopón a nutrir con su pequeño cauce al Jaramiel un poco más abajo. El agua y la vegetación hacen a este espacio un lugar fresco y húmedo. A la derecha hacia el norte por la ladera de la Encina está el páramo, y luego Carrapiña y al otro lado Piña y el Esgueva.

 

 

 

 

   Nosotros subimos ligeramente por el camino o senda del Prado, girando luego hacia Valdecarros, y pasando por Valdebistia llegamos a una línea de árboles que constituyen la Raya con la Sinova. Desde allí subimos por el camino que constituye la raya con Castrillo hasta que termina, para subir por la ladera del monte en dirección sur en busca del chozo. El terreno tiene ligeras y amplias ondulaciones vacías de vegetación, que arraiga solo arriba en el monte. Al final, para coronar el pequeño cerro que culmina el chozo, la subida es un poco mayor, y algo más empinada, lo que nos ofrece una amplia panorámica del extenso valle por el que discurre la carretera y el arroyo.

 

   Los dos corrales están comidos por la vegetación y el desuso, aunque aún resisten en pie buena parte de sus paredes de piedra superpuesta. El chozo se mantiene erguido y firme, recio y compacto, junto a una encina frondosa. Las botellas de agua que Arturo llevó bien de mañana salen del chozo, y nos refrescan mientras descansamos un rato, o entramos en cuclillas a reconocerle por dentro.

 

 

   Volvemos al pueblo, después de las fotos, por el camino de Taragudillo que le da nombre, y luego por el Camino de las Viñas. Casi todo el trayecto ahora es de bajada hasta llegar al pueblo. A la derecha del camino, protegiendo al valle, se levanta de un verde intenso el monte hacia la carretera de Olivares, siendo visibles los barcos que le surcan. Han sido dos horas largas de agradable paseo por estos campos de labor por donde hace años pastaron rebaños de ovejas, de los que el chozo y los corrales son testigos silenciosos.

 

   En el bar nos sentamos un rato a compartir la experiencia, y a tomar algo a lo que la Asociación nos invita.

 

   Me vuelvo a Cevico, por la tranquila y silenciosa carretera de Amusquillo a Alba, con la satisfacción de los lugares descubiertos en la retina, el eco de las conversaciones en la memoria, y la satisfacción del rato y la palabra compartidos en corazón.

 

 

3.- Hacia el SUR  

 

Al día siguiente es domingo, y hemos vuelto a quedar Alfonso y yo a las ocho en la plaza, junto a la casa de sus padres. El camino a fuerza de recorrerlo se me hace familiar, cálido y relajante. Algo especial tienen estos toboganes del Cerrato que mecen y ensanchan el alma de los que los andamos, como si los descubriéramos sorprendidos cada vez que subimos a la planicie inabarcable de sus páramos, y bajamos por sus valles amarillos, verdes, grises, que recorren arroyos y pintan viejos palomares.

 

   Por el camino que recorrimos ayer en grupo, llegamos solitarios hasta El Prado, junto al humilde arroyo del Chopón. Por allí encima, en el cotarro de San Cristóbal hubo en tiempos una ermita dedicada a este santo, me explica Alfonso. Subimos a ese cotarro, que hoy se labra, intentando encontrar indicios en forma de piedras o resto de cerámica, que pudieran darnos pistas de dónde se ubicaba. Por alguna zona el tractor en sus labores ha removido y sacado a flor de suelo algunas piedras grandes. Hay también algunos fragmentos de teja. En la ladera del monte que tenemos en frente hacia el sur se mueve relajada una pareja de corzos. Bajamos de nuevo al arroyo donde hay un majano, por si viéramos alguna piedra significativa, pero no encontramos nada.

 

 

 

   Subimos camino arriba de el Chopón, y campo a través hasta alcanzar el barco de Valdebellida. Por la orografía del terreno, cada vez más metido en la falda del monte, hay remolachas, girasoles, y menos rastrojos. Un cazador y su perro se mueven cerca en Valdequinea, en busca de la cada vez más escasa y castigada codorniz. Al comienzo del barco Alfonso me muestra un pozo que hizo su padre, junto a una tierra sembrada de más girasoles, para regar la remolacha que se sembraba entonces y que a él, en algunas vacaciones al comienzo del verano, le tocó ayudar a dar la segunda vuelta de la tarea llamada entresacar, dejando bien dolorida su espalda.

 

   Donde se acaba la tierra cultivada, a los pies de la ladera y del monte, busca y se pregunta ilusionado si las bellotas que sembró hace muchos años pudieran ser las jóvenes encinas que vemos ahora desparramadas por su falda, le digo que sí, que es muy probable que así sea.

 

   Estamos ya muy cerca de alcanzar la meseta del monte siguiendo la boquilla norte del barco. Hay muchos neumáticos de tractor abandonados, algunos sirven de cerco a los jóvenes plantones de almendros que han nacido, dando un aire de sucio abandono al empinado paisaje. También hay otros desechos que hablan a las claras de que aquella ladera fue un vertedero por donde se arrojó hace tiempo la basura. Alcanzamos el llano que se extiende amplio ante nuestra vista. A poca distancia, atravesando la paramera de norte a sur pasa la VA 104 que desde Villafuerte de Esgueva, cruzando el Duero en Olivares  llega hasta Quintanilla. En ese momento pasa un numeroso grupo de ciclistas, uno de los muchos  que se ven recorriendo estos lugares los fines de semana.

 

   Monte a través, en dirección Norte, entre un frondoso bosque de pinos y encinas adultos, sobre un  áspero y pedregoso suelo, nos dirigimos hasta donde muere el páramo, cayendo abruptamente sobre ese valle donde desde hace siglos se ha ido levantando este pueblo que guarda la memoria de las muchas generaciones de nuestros antepasados que lo fueron construyendo.

 

   Allí están las nuevas antenas de telefonía y comunicaciones que han ido colocando vista arriba de nuestros pueblos, en la parte alta del monte que le vigila y cobija. Antes de bajar ligeros por el camino de la Cañada, reminiscencia de rebaños que la anduvieron, es imposible no pararse a mirar, a vista de pájaro, el pueblo arracimado y compacto alrededor de la espadaña y el cuerpo de la iglesia de santa María Magdalena. Y el valle, y la ermita, el cementerio y las eras, con sus viejas casetas y grandes nuevas naves rojas, donde se guardan los tractores, aperos, y la nueva maquinaria para las labores agrícolas.

 

  Antes de despedirnos hasta mañana nos paramos satisfechos en el bar Maribel junto a un café comentando la ruta. Hoy me vuelvo a mi pueblo enfilando la carretera que sube por delante del cementerio hasta Piña, en el valle del Esgueva, para recoger el pan que tenía encargado en la panadería Fernando. El reloj de la torre da las doce y media cuando llego a casa, han pasado cinco horas desde que salí esta mañana, y todavía falta media jora para que volteen las campanas llamando a misa a la una en este día grande de la fiesta de la Asunción que la pandemia empequeñece.

 

 

 

 

4.- Hacia el NORTE.

 

 

 

 

 

   No le aseguré a Alfonso que fuera a la cuarta ruta que quiere hacer el lunes, pero allí estaba al fin a las ocho en la puerta de la casa. Hoy viene con nosotros Mari Cruz, su hermana. Ya solo nos queda caminar hacia el norte para haber recorrido todo el término, así que salimos por el camino que, entre la iglesia y las bodegas, pasando por las viejas escuelas y la flamante piscina recién inaugurada este verano, sube al páramo por el Camino de Esguevillas. El único pastor que queda sale con su rebaño al campo también a esta hora. En seguida tomamos altura y llegamos a la planicie que se levanta amplia, e inabarcable a ochocientos ochenta metros frente a nosotros. Parece ser que por allí hubo pequeños encharcamientos del terreno llamados Navajos, que son los que dieron nombre a esa zona del páramo.

 

   Hoy Alfonso busca indicios, en la zona conocida como Las Brocadas, de la cantera donde se extrajo la piedra con la que se construyó la iglesia, y el castillo, y quién sabe si el convento de los Clérigos Menores que hubo en el pueblo.  Todo el páramo está hoy labrado, a excepción de un terreno pedregoso, donde unos grandes y fuertes los árboles conforman el notable pinar que rodeamos. Así que tuvo que ser aquí donde sin duda estuviera la cantera. Un tractor está por allí removiendo el rastrojo reseco.

 

 

 

 

   Caminamos en animada conversación por la paramera hasta acercarnos a otra nueva hermosa vista del pueblo a nuestros pies. En frente, hacia el sur,  cerrando el valle, se ve la cañada, y las antenas, y el monte desde nos asomábamos ayer. A la derecha el valle y el arroyo se pierden en su camino hacia la Sinova, Villavaquerín y Villabáñez, muriendo al pie de esos cerros testigos de Tudela que llaman la Mambla, y la Cuchilla. Llegamos y cruzamos luego la carretera que va y viene a Piña, por la que subí ayer, hasta llegar a un pozo situado más abajo de la fuente de Carrapiña,en mitad de unas tierras familiares que cultiva José Ignacio.  

 

   Se ha ido metiendo la mañana de este cálido y festivo dieciséis de agosto, y ya solo nos queda bajar de nuevo al pueblo. A la derecha de la carretera, en el lugar conocido como la Cuesta Colorada, baja una senda. Por ella llegamos a lo que llaman El Agua del Túnel un manantial o fuente que se adentra en las entrañas de la ladera hasta el que nos acercamos. Desde allí se iniciaron las obras para excavar una galería hasta Carrapiña para la conducción y bajada del agua potable a Castrillo en 1927. Hay una mesa y bancos de piedra de una zona de esparcimiento que por el desuso ha cubierto la maleza y la hierba.

 

   Antes de llegar al pueblo pasamos junto al cementerio, abierto porque  unos albañiles hacen labores de mantenimiento, y sin decir nada, como una sola persona, vamos hasta el panteón familiar. Silencio, recuerdo, oración y respeto a los que nos precedieron. Los hermanos se acercan también a otros donde reposan los restos de otros familiares, antes de salir y bajar por el tramo de la carretera que recorre el pueblo en las despedidas los fúnebres cortejos.

 

   Por las eras bordeamos el pueblo, cruzando el arroyo de Valdenebrera en la zona conocida como El Pradillo, antes de llegar a sentarnos en la terraza del bar. Después de cuatro días caminando juntos llega el momento de la despedida y el abrazo.

 

   Gracias a estas caminatas y a las explicaciones de Alfonso, de subir y bajar al monte y al páramo y de andar sus caminos, he conocido mejor el pueblo, y he interiorizado el paisaje que durante más de cien años acogió a cuatro generaciones de mis antepasados que levantaron en Castrillo Tejeriego su casa, creando aquí su hogar y construyendo su humilde historia, mientras cuidaban de sus animales, y trabajaban con denuedo estos campos que les daba el sustento y la hacienda a cambio de sus vidas.