UNOS CURAS DE VERTAVILLO

El 18 de octubre de 1804 muere en Vertavillo don Manuel Sanz Córdoba, cura teniente, y Beneficiado de preste de esta villa. Recibió los sacramentos, y otorgó su testamento a Pedro Pastor, "escribano receptor de la ciudad de Palencia".
Tenía 84 años. Había nacido el 9 de agosto de 1720, y Pedro Núñez Cuervo, cura por entonces del pueblo le bautizó el día 25, según consta en el libro cuarto de bautismos del pueblo, página 102.
Era hijo de Lorenzo Sanz Serrano, natural de este pueblo, y de Ana de Córdoba Salinero, que lo era de Fuentespina, Merindad de Santo Domingo de Silos, jurisdicción de Aranda de Duero, y Diócesis de Osma, los cuales se habían casado en Vertavillo el 13 de junio de 1701.
Tuvieron once hijos, el primero, Lorenzo como su padre, nació el año siguiente de su boda. Algunos murieron siendo "párvulos". Nuestro Manuel fue el décimo, sólo por delante de la última, su hermana pequeña Ana María, que nació tres años más tarde.
Francisco Javier Abarquero Moras, doctor en historia, arqueólogo y buen amigo, además de vertavillero de pro, e investigador de la vida, tradiciones e historia de su pueblo, me dice que "Manuel Sanz de Córdoba forma parte de una familia destacada del siglo XVIII en Vertavillo. Para que te hagas una idea, su hermano Miguel, (el quinto de los hijos nacido en mayo de 1710), fue secretario del Santo Oficio y su hermano Lorenzo, (el mayor), miembro de la Orden de Calatrava y bisabuelo de Eduvigis Sanz de Sedano, dueña del palacio del Postigo, la cual heredó, por vía colateral, el Vizcondado de Villandrando. Al quedar sin descendencia fundó el Colegio que lleva su nombre, que está en la calle Mayor de Palencia, en un precioso edificio neogótico del famoso arquitecto Jerónimo Arroyo, y el palacio de Vertavillo lo dejó en herencia al ayuntamiento para destinarlo a escuelas, y ese fue su destino hasta bien entrados los años ochenta del siglo pasado. Además, este cura fue el que consagró la Ermita del Cristo del Consuelo cuando se inauguró su ampliación el 14 de septiembre de 1784".

Al hacer los índices del libro tercero de difuntos de Vertavillo, que va del año 1799 al 1825, me ha llamado la atención el testamento de este hombre, por los datos que aporta de cómo eran las condiciones de vida en ese tiempo, y cómo vivían sus gentes, el retrato que hace del pueblo, de sus carencias, y ante todo eso, la respuesta que aquella sociedad, -en la que imperaba la pobreza, la enfermedad, y la miseria-, le plantea a su conciencia cercano ya a la muerte.
Un pueblo, como tantos otros del entorno, donde la mortalidad infantil alcanzaba un altísimo e insoportable porcentaje, en gran parte debido a la desnutrición y enfermedades. Donde muchas mujeres morían jóvenes al parir a sus hijos, y los hombres se morían por consumición y agotamiento, de una vejez prematura: la causa por la se dice que mueren es de "vejez", pero de una vejez en torno a los sesenta años; y la enfermedad que se los lleva era en realidad el hambre, pues se dice que "falleció de necesidad". Son varios los casos que me he encontrado de que a unos padres se les mueren dos o más hijos en fechas seguidas. Y otros en los que, a los pocos días de morir uno de los dos cónyuges, muere el otro, por el vacío, la desesperanza, el abatimiento y la nada, en que cae su mísera existencia, incapaz de poder o querer seguir viviendo. De los dos siempre se dice que eran pobres, y a los dos se les hace "entierro de limosna sencillo"...
Es por eso que la coletilla que más se repite en muchas de estas partidas de difuntos es que "no testó porque era pobre y no tenía qué testar", o que "era pobre de solemnidad" y fue "enterrado de limosna en la sepultura de los pobres", aunque si era miembro de alguna Cofradía, al menos tenía el acompañamiento de sus cofrades en la iglesia el día del funeral, y las misas y oraciones que le harían sus "hermanos" por "la salvación de su alma". Asimismo, aparece varias veces la expresión: "pobre, forastero, desconocido, cuyo nombre no se pudo averiguar, que murió estando en el hospital de esta villa", al que siempre, eso sí, se les hace un entierro digno en la iglesia, con la asistencia de las Cofradías, y un oficio religioso sencillo. "El hospital del que hablas llevaba también el nombre de Nuestra Señora de Hontoria. Estaba en la actual Plaza Nueva que hay detrás de la iglesia", me apunta también Javier Abarquero.
Claro que no hay que imaginar el "hospital" de Vertavillo, y el que había en otros pueblos limítrofes, como los hospitales a los que acudimos nosotros hoy en día. Sería como un albergue de transeúntes, una casa donde recibir a los muchos transeúntes, mendigos, enfermos y necesitados que aparecían de paso por el pueblo, y allí encontrarían acogida, una sopa caliente, descanso, y un camastro para descansar o morir acompañados y auxiliados humana, digna y religiosamente.
Por eso he sentido la necesidad de estudiar este testamento, y sacarle a la luz, dando a conocer la figura relevante de este cura del pueblo donde nació mi padre, de donde era su madre, y sus abuelos maternos, pastores de oficio desde antaño, y donde se hunden mis raíces, en un acto de reconocimiento, gratitud y justicia, para que no se pierda su memoria.
Don Manuel, posiblemente, habría ejercido de cura en algún pueblo antes de hacerlo en el suyo, pues la primera vez que encuentro su nombre como Beneficiado de preste de la iglesia de San Miguel de Vertavillo es el 12 de julio de 1752, celebrando un matrimonio por delegación de Eugenio Frómista, cura encargado de la parroquia entonces. Estaba a punto de cumplir ya los treinta y dos años, y habrían pasado siete u ocho años desde su ordenación por el Obispo de Palencia.

Ejerció su ministerio hasta los últimos años del siglo XVIII, pues el 29 de julio de 1798 aparece oficiando un entierro, y todavía el 22 de enero de 1799, con setenta y ocho años administra el bautismo a un niño. Después, y hasta su muerte, no aparece su nombre en los libros, y son otros los curas y Beneficiados de la parroquia que ofician en la iglesia.
Tal como él dispuso, fue enterrado en la iglesia de San Miguel, en la capilla de Nuestra Señora del Arrabal, "adornado" su cuerpo con las vestiduras sacerdotales, y haciéndosele entierro mayor como es costumbre a los señores curas. Asistieron a su funeral, y esto es un dato importante, por la información que nos da de su número, las cinco Cofradías existentes en esta parroquia: La del Santísimo, La Vera Cruz, Nuestra Señora de Hontoria, San José, y Ánimas Benditas. También participó la Congregación del Santísimo Cristo del Consuelo. Por todo esto ordenó pagar a los sacerdotes trescientos reales de vellón.

De estas cinco Cofradías y Congregación, hoy en día sólo la del Carnaval y Ánimas pervive, como un milagro y ejemplo de persistencia, no sólo en Vertavillo, sino prácticamente en toda la comarca del Cerrato, donde hubo un número similar en todos los pueblos. Precisamente en estos días celebrará su fiesta grande, el domingo de Carnaval, y el martes previo al Miércoles de Ceniza, con la misa, la comida de hermandad de los cofrades, y los rezos en "la sala" por las almas de los hermanos difuntos, todo acompañado por el vistoso revoleo de las banderas, y los desfiles de los cargos de la Cofradía con sus bandas, portando sus estandartes, la alabarda, y varas, adornados con coloridas cintas, mientras las dos tamboras no dejan de retumbar emitiendo su rítmico sonido.

Es curioso, y me llama la atención, el deseo de don Manuel de que asistiesen a las tres misas que mandó se hicieran por su alma en los nueve días siguientes a su muerte, los niños de la escuela cantando, y se les diese por cada vez un cuarto a cada uno, y dos reales al maestro.
Mandó que, en el día de su entierro, y en los dos siguientes, se den y se repartan entre los pobres más necesitados de esta villa treinta y nueve panes, y treinta y nueve reales de vellón, y que, entre los pobres de esta villa, se reparta y distribuya de una sola vez mil reales de vellón, bien en dinero efectivo, o comprando con ello zapatos, medias, ropas exteriores o interiores para su abrigo y decencia, encargando se contribuya con alguna cosa más a sus parientes.
Expresó su voluntad de que los días de Navidad, y Pascua de Resurrección y Pentecostés, por una vez y por un solo año, se den y se repartan entre los pobres de esta villa trescientos sesenta panes cocidos, a ciento veinte en cada festividad.
Se acordó también don Manuel de las cinco Cofradías sitas en esta parroquial que le acompañaron en su entierro, disponiendo se le entregue a cada una cincuenta reales de vellón, que se han de emplear en cera para sus respectivas funciones.
A la iglesia parroquial le regaló las esculturas de dos imágenes, de Jesús y María, con sus respectivas vestiduras, que se han de poner en el altar mayor, o en el sitio más apropiado y conveniente, y trescientos reales de vellón para aceite de la lámpara del Santísimo.
En otro párrafo de su prolijo testamento se muestra preocupado por la educación de los niños, y pone su atención en el maestro:
"En consideración a los muchos vecinos pobres que se dan en esta villa, y que por lo mismo no envían a sus hijos a la escuela, para aprender a leer, escribir y contar, e instruirse en el santo temor de Dios, y la corta dotación con que se halla el maestro de primeras letras actual para su buena educación y enseñanza, es su voluntad de mandar como mando, por mayor aumento de dicha dotación del maestro que en el presente es, y a los que en dicho empleo le sucedan desde ahora y para siempre jamás, una tierra que tengo mía propia en término de esta dicha villa, a dondicen bajo de Arbergera, a catorce cuartas poco más o menos, linderos notorios, para que la gocen por sí o la arrienden a quien les pareciere, cobrando sus rentas como si fuese suya propia, pero con la precisa condición de enseñar a los chicos de padres pobres sin llevar cosa alguna, y con la de que todos los viernes del año se haya de cantar por mi un credo y una salve por mi, el otorgante".
El testamento de don Manuel, además de darnos a conocer su generosidad, su grandeza de alma, y su preocupación por los pobres, los niños que no podían ir a la escuela por falta de medios, y las carencias de los maestros encargados de su educación, nos da unas pinceladas que nos pueden hacer comprender cómo era la vida de la gente en el pueblo en esos años, por eso, como digo, mi voluntad de sacarlo a la luz, y darlo a conocer.
Pero no es sólo la figura de este hombre la que me ha salido al paso y sorprendido haciendo los índices de los libros de difuntos de Vertavillo, pues el 15 de octubre de 1813, justo nueve años después de su muerte, me encuentro con la muerte de otro cura del pueblo, y también con su testamento, muy en línea con la suya, no en vano bien pudo ser su ayudante y discípulo aventajado.
Se llamaba Alonso de las Moras Ruiz. Había nacido como aquél en este pueblo, -de donde fue también cura y Beneficiado de preste-, el día 13 de noviembre de 1764, y, qué casualidad, fue precisamente el bueno de nuestro don Manuel, quien como párroco y cura teniente, le bautizó el día 17 en la iglesia de San Miguel, según está escrito en el libro sexto de bautismos, página 35.
Era hijo de Alonso de las Moras García, y de Isabel Ruiz de las Moras, naturales de Vertavillo, donde se habían casado el 17 de mayo de 1762. Alonso fue el mayor de los doce que tuvieron. Tenía sólo 58 años cuando le sobrevino la muerte, el 15 de octubre de 1813.
En el tiempo que pudo estar ejerciendo de cura en el pueblo, su nombre apenas parece en los libros sacramentales. Le encuentro en dos ocasiones, una el 10 de enero de 1791, en que por encargo de su preceptor don Manuel Sanz, cura principal de los varios que ejercían, bautiza a un niño. La otra el 1 de diciembre de 1792, que celebra un matrimonio, también comisionado por don Manuel.
Como era común entonces, salvo muerte repentina o incapacidad, recibió los sacramentos y fue enterrado en la capilla del Monumento con entierro mayor, como es costumbre a los sacerdotes. Había hecho su testamento ante Rosendo Silva escribano del Número y Ayuntamiento del pueblo; en el pidió que los nueve días siguientes a su muerte asistiesen los niños de la escuela con su maestro a la misa que mandó celebrar por su intención, y se les diese "a los niños un cuarto por cada vez, y al maestro dos reales", y que a su entierro asistan todas las Cofradías, y Congregación del Cristo del Consuelo de las que es "hermano", tal como hizo su predecesor y maestro.
Se acordó también de los necesitados, pues: "mando se dé a los pobres de esta villa dos cargas de trigo en pan, las que se repartirán una a los nueve días, y la otra en la Pascua más inmediata a mi fallecimiento".
Deduzco que, en la fecha de su muerte, de sus once hermanos sólo vivían dos, Manuel y Francisco Javier, pues es sólo a ellos dos a los que nombra como herederos, "cabezaleros", y testamentarios de sus últimas voluntades.
Con esta breve reseña, he querido sacar a la luz, poner en valor, y dar a conocer un momento importante en la vida de estos dos sacerdotes, que al afrontar la llegada de su muerte fueron capaces de mirar más allá de sí mismos, por encima del encargo de muchas misas por su alma; de los cabo de año, aniversarios y fundaciones de misas; las honras, pompas, cera y candelas sobre su sepultura, -habituales en estos casos-, y pensar en las necesidades apremiantes de los que habían sido sus feligreses, y se quedaban penando y luchando en su pobreza por la supervivencia propia y la de los suyos, "en aquel valle de lágrimas" en el que les tocaba vivir, y que por su excepcional singularidad me han parecido dignos de reconocimiento y notoriedad.
Post Data:
Para terminar este escrito, que ha pretendido ser un pequeño testimonio de unos años de la vida de este pueblo y sus gentes, comprendida entre los años 1720, en que nació don Manuel Sanz, y el 1813, en plena Guerra de la Independencia, año en que murió don Alonso de las Moras, van, a modo de apuntes, unas anotaciones que me han salido al encuentro, curiosas unas, e importante la otra para la intrahistoria de este nuestro pueblo.
El primero hace referencia a la vacante de curas en Vertavillo por el cese de los dos que ejercían, que coincidieron y sucedieron a nuestro Alonso, algo que me recuerda a lo que pasa actualmente, aunque en mucha mayor medida, y es que el cura de Cevico de la Torre lo es también el de Vertavillo y de otros pueblos vecinos: "El día primero de enero de 1824 entró a regentar esta parroquia, de orden de los señores Gobernadores, don Francisco Alba, Beneficiado de preste de la villa de Cevico de la Torre, por cesación de don Manuel Antón, y don Narciso Nieto, curas tenientes que fueron de esta villa, y para que conste lo firmo. Francisco Alba".
Otro suceso hace referencia a un hecho ocurrido como consecuencia de la dicha Guerra de la Independencia: "El día 4 de agosto de 1812 se enterró en una sepultura al lado de la de los niños Manuel Gómez Fernández, de cuarenta y cuatro años, marido que fue de Tomasa Moras. Le mataron los franceses en la subida por la Esgueva, en el Páramo de Arriba, más allá de las fuentes de Valdecuriel".
El dato histórico relevante es el momento en que se deja de enterrar en la iglesia de San Miguel, -como se venía haciendo desde siempre-, y como todavía no está terminado el cementerio, los enterramientos se harán entonces en la ermita del Santísimo Cristo del Consuelo. El texto dice así:
"En la villa de Vertavillo, a 18 días del mes de marzo de 1821 se enterró en el Santísimo Cristo del Consuelo la primera que se enterró fuera de la iglesia, según orden de las Cortes, hasta tanto se haga Camposanto..."
La primera persona que allí se entierra fue María Fernández, mujer de Alejo Moras, de veintiún años. No testó porque era pobre, la enterró el cura don Narciso Nieto Mozo, que fue quien enterró a la última en la iglesia, el día 2 de marzo, y fue Manuel Picado Mozo, marido de Isabel Cabezudo, que sí debía tener bienes, pues hizo testamento ante Miguel Antón Núñez, escribano del pueblo.
Por fin "hoy 26 de agosto de este año de 1821 se bendijo el cementerio por el señor cura don Miguel Antón de comisión de el Ilustrísimo señor don Francisco Javier Almonacid, Obispo de la ciudad de Palencia y su obispado". El primero que se enterró en él fue un hijo de Venancio González, y Nicolasa Moras llamado Ildefonso de ocho meses, el 2 de septiembre de este año de 1821, para que conste: Narciso Nieto Mozo". Allí, en ese cementerio se continuaría enterrando hasta hace unos sesenta y seis años, cuando a finales de los años 50, se inaugura el cementerio nuevo, a las afueras del pueblo.
Para acabar esta "Estampa cerrateña", puedo decir que los "Libros de Difuntos" de la parroquia de Vertavillo, como la de otros tantos pueblos cerrateños, que se guardan y custodian en el Archivo Histórico Diocesano de Palencia, son como un cofre precioso, que guarda el tesoro de esa pequeña gran historia que es la vida de las gentes de toda clase y condición que por allí pasaron, nacieron, se bautizaron, se casaron y murieron, y que al abrirle para proceder a la indexación que les protegerá de su pérdida y olvido, nos sorprenden con multitud de datos, apuntes, hechos, anécdotas, curiosidades, últimas voluntades, epidemias, -como la del cólera de 1885-, que se llevó muchas vidas en estos pueblos del Cerrato, y otras tantas enfermedades que por entonces asolaban a sus habitantes, con las que poder entender su historia, y entretejer unos apuntes que nos ayudarán, quizá, a entender de dónde venimos, de quiénes somos hijos, y cuáles son nuestras raíces, y los hechos antiguos que han configurado nuestro presente, haciendo brotar en nosotros el sentimiento de gratitud, emoción, y pertenencia.

Vidal Nieto Calzada. Cevico de la Torre. Febrero de 2025.