NOVEDADES 2017

ESOTERISMO EN TORNO A ZORRILLA

 

 

“¡¡Anda, un retrato de la abuelita!!”. Esta frase, en apariencia exenta de cualquier atisbo de rareza, fue pronunciada por el genial escritor José Zorrilla y Mora en casa de sus padres en Torquemada.

Sin embargo la exclamación causó asombro a su padre, José Zorrilla Caballero, debido a que la madre de este, Nicolasa, abuela del escritor, había fallecido antes de que este hubiera nacido, y tampoco había visto nunca el retrato ahora aparecido, por lo que no había motivo para que la conociera.

Corría el año 1833. José Zorrilla tenía 16 años. El retrato (un lienzo sin marco y cubierto de polvo y de telarañas) salió a la luz cuando su padre y el exsecretario de este, Felipe, estaban buscando unos documentos con motivo de que José Zorrilla Caballero tenía que salir exiliado hacia Lerma, pues tras ostentar cargos como relator de cancillería, gobernador de diversas ciudades o superintendente general de policía, con el fallecimiento de Fernando VII apoyó sin reservas la causa Carlista, lo que costó este destierro.

Ante el asombro de su padre por el reconocimiento ipso facto y sin atisbo de duda de su abuela Nicolasa, José Zorrilla indicó: “esta es la mujer que yo vi en Valladolid, cuando dije que había venido la abuelita, y ninguno de ustedes me creyó”.

 

Se refería a un episodio “ocurrido” cuando José Zorrilla tenía 6 ó 7 años en su casa natal, en la calle de la Ceniza de Valladolid, y que el propio escritor relató después en su libro “Recuerdos del Tiempo Viejo”, una especie de autobiografía escrita en 1880 en la que relata sus penurias y los desencuentros con su padre precisamente por su forma de vida bohemia y su afición a la literatura.

 

En este libro Zorrilla relata que una tarde vio en la habitación destinada a alojar a las visitas a “una mujer de cabello empolvado, encajes en los puños y ancha falda de seda verde”. Estaba sentada en el sillón de brazos y “con afable pero melancólica sonrisa me hacía señas con la mano para que me acercase a ella”. Él obedeció y la mujer le cogió de la mano y le acarició el pelo al tiempo que le decía “yo soy tu abuelita, quiéreme mucho, hijo mío, y Dios te iluminará”.

El pequeño José corrió a decirle a su madre, Nicomedes Moral, que había venido su abuela. Nicomedes se extrañó, pues aunque sí estaban esperando la llegada de su madre (abuela materna del pequeño José), le parecía muy pronto para que hubiera llegado, y menos sin haber avisado de la llegada.

Como quiera que ningún otro miembro de la casa vio nada en la habitación, nadie le creyó. Por ello, hasta que no encontró en Torquemada el retrato de Nicolasa, no supo que aquella mujer era su abuela paterna.

¿Fruto de la imaginación?, ¿espíritus vivientes? Todo apunta al incipiente nacimiento de la capacidad imaginativa de José Zorrilla en temas que desarrollaría con gran éxito en su obra literaria: muerte, espíritus y cementerios. Aderezado con características que podrían predisponerle a la fantasía y lo oculto: era sonámbulo y epiléptico.

Sin embargo una serie de confesiones hechas por Ángela Hernández, la entonces directora del Museo Casa de Zorrilla (la casa en la que según la narración de Zorrilla se le pareció su abuela, hoy convertida en museo), reavivaron la leyenda.

Tras la última restauración de esta casa, en 2007, el pasillo que llevaba a la habitación de invitados quedó muy angosto, se formaba un tapón de personas que dificultaba la visita. Por ello el arquitecto decidió que esa habitación llamada “de huéspedes” se eliminase del circuito de visitas, y se clausuró.

Pero desde entonces comenzaron a ocurrir sucesos extraños. Ángela Hernández  habla (y la actual directora, Paz Altés, nos lo confirma) de proyectores que se ponían en marcha solos, luces que se apagaban y se encendían autónomamente, calendarios de mesa que desparecían, jarrones que se movían solos, cajones y puertas que se abrían solos, espejos que se desplomaban o se rajaban las lunas, etc. Y la sensación de ser observados que tenían los empleados de la Casa-Museo. “Todo ello lo achacamos a que en ese dormitorio había vivido una temporada doña Nicolasa, y su fantasma habitaba en la Casa, así que entendimos que estaba enfadada por clausurar su cuarto, por lo que volvimos a poner la habitación en el circuito de visitas”.

 

 

En Valladolid Zorrilla tiene dedicados con su nombre además un instituto, una plaza con estatua, el paseo más importante de la ciudad, el campo de fútbol y un teatro.

Este teatro fue inaugurado por el propio José Zorrilla el 31 de octubre de 1884, y de él se dice que también alberga un fantasma diabólico descontento por la “profanación” del lugar (antiguo convento franciscano) con espectáculos mundanos, por lo que amenaza con hacer arder el teatro el día que el aforo se llene. Este temor hizo que durante mucho tiempo se evitara poner a la venta todas las localidades, aunque el actual director-gerente, Enrique Cornejo, manifiesta que ahora cuando puede llenar el aforo no lo duda, apelando a que son buena gente y por ello el fantasma les respeta.

Enrique Cornejo me comentó que “Las leyendas forman parte de los pueblos, y siempre se ha dicho que en el teatro “pululan no uno sino varios fantasmas, por eso cuando yo bajo a la Sala Experimental, en la que tenemos la efigie de Don José Zorrilla, le saludo, le doy los buenos, días, para que se lo trasmita al resto de los fantasmas y no me den un susto”.

Con motivo del bicentenario del nacimiento de Zorrilla (21/02/1817), tanto Valladolid como Torquemada fueron en 2017 escenario de charlas, exposiciones, lecturas de sus obras y visitas guiadas a la Casa en que nació y en la que se le “apareció” el fantasma de su abuela.

José Zorrilla. Poeta Nacional, cronista oficial de Valladolid, miembro de la Real Academia de la Lengua, varias de sus obras están ambientadas en Torquemada. Así, su obra “La mujer negra o una antigua capilla de templario” tiene como escenario la ermita de Santa Cruz.

Por todo ello es considerado uno de sus vecinos ilustres. Su familia paterna era de Torquemada, su padre fue enterrado en la localidad, y el “fantasma” de su abuela Nicolasa puede considerarse cerrateño.

Otro escenario presente en su obra son algunas localidades del Cerrato vallisoletano (el entorno de Canillas, Encinas o Villafuerte), debido a que cuando su padre quiso confinarle en Lerma (residencia de la familia) para que se dedicara a los estudios de Derecho o, si no quería estudiar, a trabajar en los viñedos de la zona, se escapó de la diligencia que le conducía, cogió una yegua que estaba pastando y montado en ella emprendió el regreso a Valladolid, a través del Valle del Esgueva, con intención de viajar con posterioridad a Madrid a reanudar su vida bohemia. El propio José Zorrilla lo relata también en su “Recuerdos del tiempo viejo” y según cuenta Ricardo de la Fuente Ballesteros, profesor de la Universidad de Valladolid, a raíz de ese episodio Zorrilla escribió su obra “Honra y vida que se pierden, no se cobran, mas  se vengan”.