NOVEDADES 2020

EL ARCO DEL DIABLO Y LAS TRES LLAVES

 

 

 

 

 

La iglesia de Nuestra Señora del Cortijo mezcla los estilos románico y mudéjar, y fue pasto de varios incendios que obligaron a su reconstrucción parcial. A raíz de las epidemias de peste fue encalada para sanearla, por lo que desapareció todo vestigio de dichos incendios.

 

En sus inmediaciones apareció un osario, debido a que antiguamente los enterramientos se hacían en el interior de las iglesias o en cementerios anejos, hasta que una Ley de Salud Pública lo prohibió. También aparecieron tallas grandes de santos, emparedadas en el coro.

 

Albergó cuadros con retratos de las personas que donaban dinero a la Iglesia. El tamaño del cuadro estaba en consonancia con el importe de la dádiva.

 

 

 

No era esa la única muestra de clasismo: en las liturgias los bancos delanteros estaban reservados a los más pudientes y los de atrás para los menos pudientes.

 

Los funerales tampoco se libraban de estas prácticas. Los que podían pagar más contaban con hasta tres sacerdotes vestidos de oropeles, catafalco, hachones y sobre todo una cruz churrigueresca de plata. Para los que no podían permitírselo, solo el sacerdote y el monaguillo del pueblo, con una cruz románica de cobre. Las diferencias se prolongaban hasta el cementerio: los restos de los adinerados descansaban en la zona más soleada y los de los menos afortunados en la zona más sombría.

 

No extraña lo anterior cuando incluso había dos bailes, uno para los que más patrimonio (tierras) tenían y otro para los que menos. Los ricos podían entrar en los dos, pero los pobres solo en el suyo.

 

El reloj de la torre lo elaboró un hijo el pueblo, Carlos Muñoz. Originariamente tenía unas pesas muy grandes desplegadas por la torre y había que subir a darle cuerda. Tanto estas cuerdas como la maquinaria causaron algunos incidentes, por enganche a varias personas, entre ellas un cura al que enganchó por la sotana.

 

El hundimiento de un carro en las inmediaciones del templo alimentó la idea de la existencia de un pasadizo subterráneo uniendo la iglesia con el rollo de justicia erigido en el siglo XVI por Carlos I otorgando jurisdicción a la localidad, rollo de estilo gótico que fue declarado Bien de Interés Cultural en 1960. La imaginación popular alimentó la idea de que se trataba de las tumbas de los ajusticiados al pie del rollo. Sin embargo, pese a ser símbolo de jurisdicción, no está acreditado que fuese utilizado como cadalso. Ni que se tratase de un pasadizo. La oquedad que provocó la caída del carro bien puede deberse a la orografía del terreno o a vestigios de antiguas bodegas.

 

En muchas iglesias era habitual desde la Edad Media disponer de un lugar en el que guardar las cosas valiosas con tres cerraduras cuyas llaves las tenían tres personas distintas, como garantía de seguridad: para que ninguno pudiera ir por su cuenta a cogerlo. Una de las llaves la tenía el sacerdote y las otras dos podían tenerlas un miembro de alguna cofradía, algún cargo público, algún miembro de la Junta Parroquial, etc.

 

En Alba esa función la hacía un habitáculo situado encima de la puerta de la sacristía. Efectivamente se trataba de unas rejas con tres cerraduras, y la imaginación popular voló alto: se dijo que las llaves las tenían una el cura, otra ¡el Obispo! y otra nada menos que el ¡¡nuncio papal!!

 

 

Hace unos años se pretendió descubrir qué encerraba ese habitáculo, pero ¿dónde estarían esas tres llaves? Con el paso del tiempo se había perdido la pista. Por ello no hubo más remedio que llamar a un albañil que acudió con una radial para cortar las rejas. La operación se hizo con testigos: el sacerdote (Ricardo Fernández), el alcalde de entonces (Alfonso Mélida), varios miembros de la Junta Parroquial y quien esto firma (tras solicitarlo en calidad de periodista). Cuando el albañil logró abrirlo pudimos ver que en el interior no había más que papeles viejos; es decir, nada. Todo apunta que allí se guardaban antiguamente los instrumentos para la liturgia: cálices, custodia, coronas…pero ningún tesoro.

 

El ábside mudéjar cuenta con arcos de tipología árabe, y uno de estos arcos presentaba una hondura más profunda que el resto, por lo que aparentaba una hornacina. Ello llevó a los chavales de Alba a imaginar, y proclamar, que se trataba del diablo. Tomándolo como justificación y como juego, tiraban piedras contra el relieve esculpido que alberga dicho arco, relieve que consideraban que representaba al diablo en persona. Y le denominaron el Arco del Diablo.